Crítica de 'La mujer de Tchaikovsky': Una cámara mágica para una historia cargante

Si bien Antonina Miliukova y sus delirios pueden sacarlo a uno de quicio, contemplar la maestría de este director es un obsequio mayúsculo

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Escena de la película 'La mujer de Tchaikovsky'
Oti Rodríguez Marchante

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El director ruso Kirill Serebrennikov es uno de los favoritos del selecto grupo que acude regularmente al Festival de Cannes; estuvo con ‘Leto’, una crónica de los pioneros del rock ruso de los ochenta; con ‘La fiebre de Petrov’ y, el pasado año, con esta película que ahora se estrena, una atormentada historia que tiene como protagonista a Antonina Miliukova, que fue la esposa de Tchaikovsky (muy a pesar del gran compositor, que tocaba otras teclas) hasta el día de su muerte.

Si Serebrennikov fuera un cineasta del montón, un junta planos, la historia de esta Antonina Miliukova sería sencillamente insoportable: la de una mujer que entra al amor como una mosca a la cocina, que va, viene, vuela, molesta, se oculta, aparece… Pero Serebrennikov es un genio y tiene un descomunal sentido del encuadre y de la secuencia, con lo que convierte la historia de esta mujer desgraciada, obsesionada y pelmaza en un pequeño prodigio visual en el que cada momento es más sorprendente que el anterior, cada cuadro mejor y cada escena un alarde de composición, cámara y luces. Hay secuencias que comienzan en la escena anterior y continúan en la siguiente, en un milimetrado juego de movimientos de cámara y puesta en escena. Si bien Antonina Miliukova y sus delirios pueden sacarlo a uno de quicio, contemplar la maestría de este director es un obsequio mayúsculo.

El argumento se ciñe al encuentro de la joven estudiante de música con el gran maestro y a la inmediata obstinación por servirlo, amarlo y matrimoniar con él. La historia apenas se inmiscuye en los motivos de Tchaikovsky, cuya homosexualidad, evidente y semitapada, no entra en primer plano. El primer plano es la paulatina caída de esa mujer en la tragedia, la humillación y la locura, lo cual le permite a la actriz, Alyona Mikhailova, rasgar y desgarrar el papel y hacer uno de esos trabajos mucho más que magníficos, aunque cargante y latoso.

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Lo que pone en la pantalla Serebrennikov es justo la contraportada de lo que hizo Ken Russell con (casi) esta misma historia en ‘La pasión de vivir’, con ¡Richard Chamberlaine! y Glenda Jackson. Ver la elegancia de una cámara, la finura de una puesta en escena y el desgarro de una actriz compensa sobradamente tanto trastorno e infelicidad.

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