Crítica de «El libro de imágenes»: La técnica del ensayo
Mucha gente ya rechaza que el cine pueda servir para discutir ideas en vez de para contar historias
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Arrastré hace años a ver «Histoire(s) du cinèma» a un amigo que dictaminó, «No me interesa mucho lo que dice pero el diseño de sonido es fascinante, es como música electroacústica». Tenía razón: esa película fue luego editada en CD (sólo sonido) por el vanguardista sello musical alemán ECM. Ya lo explicó el mismo Godard a su inefable manera al hacer su primer intento, en 1966: «Es como si quisiera hacer un ensayo sociológico en forma de novela, pero para hacerlo sólo dispusiera de notas musicales».
Lo que dice Godard, es siempre más evocativo, y provocativo, que preciso. Por eso suscita tanta hostilidad. Mucha gente ya rechaza que el cine pueda servir para discutir ideas en vez de para contar historias; pero de aceptar ese potencial ensayístico, al menos quieren enterarse de las ideas a discutir. Los valerosos exégetas de este libro de imágenes sólo aciertan a acumular referencias: precisamente el método de trabajo de Godard que, pese a llenar con su gigantesca figura todo el espacio de sus películas, se oculta tras un aparato de citas ajenas, textos e imágenes que ensambla según un collage rigurosamente inspirado en aquella idea genial de Benjamin (que asustó a su mentor Adorno) de hacer un ensayo consistente tan solo en una sucesión de citas.
El método, seguía Benjamin, era el del «montage»: el mismo que reivindica Godard. Pero incorpora otros elementos. Si antaño definía el dilema entre cine y video en términos de Caín y Abel, ahora la pugna es entre lo analógico y lo digital, en un momento de crisis terminal del dispositivo cinematográfico (la sala de cine): por eso esta película –como aquellas «Histoire(s)»– tiene algo de instalación en un museo/mausoleo del séptimo arte.