Crítica de «Liberté»: Cochino libertinaje
Con Serra conviene no bajar la guardia, que uno se cree que va a encontrar pensamientos y reflexiones, y luego con lo que se da de bruces es con un puñado de escenas cochinas y montaraces
Ficha completa
Albert Serra es un cineasta exclusivo, aislado, sin conexión alguna con eso que se entiende como cine «comercial» y que suele ser más apreciado en festivales o museos que en las salas habituales de exhibición.
«Liberté» es película de coproducción con Francia y tuvo cierto reconocimiento y un premio especial del Jurado en el último Festival de Cannes (sección Un Certain Regard), y aquí se acaba la parte «contable» de esta película indescriptible, que transcurre en una noche y en un tiempo y lugar que la sinopsis sitúa algo antes de la Revolución Francesa y en un bosque cercano a Berlín.
La intención última de alguien tan provocador y radical como Serra con «Liberté» es un enigma, pero, por encima de ese enigma (¿qué y por qué lo hace?), está el hecho de que lo hace y te lo planta delante de las narices: suelta en el campo visual de su cámara una docena larga de personajes, supuestamente libertinos expulsados de la Corte de Luis XIV, y allí comienza una anárquica e incoherente coreografía entre ellos y sus relaciones de sexo, dominación, burla, blasfemia, impudicia, desconcierto y una cromática variedad de escatología.
La puesta en escena, la combinación de luces y artificios, el caprichoso juego de miradas y espacios…, en fin, esto y algunas especulaciones sobre el valor o falta de precaución de Serra para arrimar lo soez y lo excrementicio (lo que se viene llamando «cagarse en…») al templo sagrado de lo femenino y a esas bonitas teorías actuales y sexuales sobre el «sí» y el «no». Pero con Serra, conviene no bajar la guardia, que uno se cree que va a encontrar pensamientos y reflexiones, y luego con lo que se da de bruces es con un puñado de escenas cochinas y montaraces cuyo sentido está en el gesto de sorpresa y grima que le colocarán en su cara.