Crítica de Jeannette, la infancia de Juana de Arco: Verano de 1425

No queda claro cuál es la intención porque solo destaca por su imposible excentricidad

Escena de Jeannette, la infancia de Juana de Arco
Antonio Weinrichter

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Bruno Dumont es un peso pesado del cine de autor francés y Juana de Arco es un icono de la historia y de la idea nacional de Francia. Han contado su historia desde Bresson a Besson (lo que ya es decir) pasando por Rivette y Preminger, aunque la mejor versión siga siendo la silente de Dreyer. Desde luego si Dumont quería medirse con semejante panteón, iba dado. Pero no queda claro cuál era su intención porque lo que ha hecho solo destaca por su imposible excentricidad.

Estamos ante un travesti: una versión cantada y bailada (por un elenco que no sabe cantar ni bailar, y tampoco declama demasiado bien) de una obra de Charles Peguy cuyos trascendentales diálogos se le hacen decir o cantar a niñas de ocho y trece años, a un par de monjas gemelas y a un proyecto de rapero… ¿Les excita la propuesta? Esto aspira a ser lo que llaman película de culto, pero eso no se puede prever de antemano: en el «rocky horror picture show» del film-de-culto deliberado muchos son los llamados y pocos los escogidos, y esto no tiene pinta de llegar a serlo ni siquiera para los fans de Jacques Demy o de Albert Serra, que es a lo que más podría parecerse.

Si no les gusta la comedia musical, no se les ocurra; y si les gusta, casi peor. Y los diálogos de Peguy, quizá tendría interés oírselos decir a alguien que parezca entenderlos.

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