Crítica de «Dios es mujer y se llama Petrunya»: Folklore local

La intención de la directora parece querer poner un poco en evidencia las estructuras de poder fáctico que entran en juego ante la tozudez de Petrunya, pero sin «politizar el conflicto»

Fotograma de «Dios es mujer y se llama Petrunya»
Antonio Weinrichter

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No se asusten por el título, que parece subvencionado por algún flamante departamento de empoderamiento de la mujer. En una villa macedonia es costumbre tirar una cruz ortodoxa a las heladas aguas del río para que la recoja un bravo muchacho local; lo que ocurre es que aquí se la encuentra la tal Petrunya. Se arma el mismo lío que cuando la mujer quiso entrar en las sociedades gastronómicas vascas o en no sé qué desfiles patronales: es decir, la tradición amenazada es de tipo más bien arcaico y el gesto de desafío es, en este caso, más bien casual que de feminismo militante .

La intención de la directora no parece ir por ahí, sino por poner un poco en evidencia las estructuras de poder fáctico que entran en juego ante la tozudez de Petrunya, pero sin «politizar el conflicto». Una vía que explora es la del gran carnaval que empieza a montarse en torno a este suceso, pero tampoco remata. Y dada la posible utilidad simbólica del caso, lo más divertido es cómo se resuelve, con una rendición decididamente heterosexual al patriarcado uniformado… Al final, todo se queda en una amable fábula antropológica cuyo mayor interés es turístico-cultural: se sale sabiendo más cosas de Macedonia.

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