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El nuevo 'enfant terrible'

Frank Ribéry, apodado 'Scarface' por una cicatriz en la cara, es el astro meteórico que ha dejado sin Mundial al barcelonista Giuly

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La idea de cruzárselo en la penumbra de un paso subterráneo da escalofríos. Los defensas deben albergar un sentimiento parecido. Porque Franck Ribéry, el nuevo astro del firmamento futbolístico galo, en sólo tres años ha pasado de jugar en el anonimato de la Tercera División a ser convocado para el Mundial sin haber disputado ningún partido con la selección absoluta. El hombre que ha dejado a Ludovic Giuly fuera de Alemania es todo un personaje, merecedor del apelativo de 'Scarface' que le han atribuido sus numerosos fans en memoria de Tony Montana, el matón encarnado por Al Pacino.

Como el héroe de celuloide, el actual 'enfant terrible' del balompié galo es un 'caracortada'. Una cicatriz le atraviesa la cara, desde el mentón hasta la frente. Es la secuela indeleble de un accidente de tráfico sufrido en 1985, cuando tenía dos años. Su padre, un modesto albañil, perdió el control del coche cuando circulaba cerca de casa, en un barrio con el 48% de paro en la región del Paso de Calais, cementerio de mineros y obreros siderúrgicos. El chaval pasó entre los asientos de sus padres y atravesó con la cabeza el parabrisas.

El corte le ha imprimido carácter. «De pequeño, se burlaban de mí y me escondía a llorar en un rincón. Pero eso me ha endurecido y ayudado en la vida. Jamás me haré la cirugía estética. Si no, ya no sería yo», cuenta esta semana en 'Paris Match'. La cara de Ribéry es el espejo de un alma camorrista y pendenciero. Mal estudiante, sobresaliente en novillos e hijo de la calle, a los 16 años fue expulsado de un centro de formación de Lille por sus malos resultados al cabo de tres cursos. Fue el inicio de un recorrido meteórico y desconcertante en el mundo del fútbol, con seis clubes en nómina desde 2001.

Hace un par de años todavía jugaba en el Brest, un tercera en el que dio 23 asistencias en la temporada del ascenso. El verano de 2005 dio portazo al Metz y se enroló con el Galatasaray, al mismo tiempo que Nicolas Anelka fichaba por el vecino y enemigo Fenerbahçe. Seis meses después hizo las maletas con el pretexto de que no le pagaban y se presentó en Marsella, dicen que perseguido por matones enviados por el club turco. En la ciudad de Zidane, este centrocampista todoterreno se ha consagrado por su garra, regate y velocidad que le ha valido el apodo de 'Ferraribéry'. En Niza, una tarde, la parroquia local le llamó a coro 'Quasimodo'. Mala idea. A falta de un cuarto de hora, marcó el gol de la victoria y envió burlón un beso con la mano a sus detractores.

El valor en alza de los 'bleus' celebró su convocatoria para Alemania con cuscús y sin alcohol, como buen musulmán. «No me he convertido porque no estoy bautizado. He elegido como religión el islam, que me da la fuerza fuera y dentro del campo», explica Bilal, su nombre ante Alá.