CONTROL. El torero Julián López 'El Juli', da un pase con la muleta a su segundo toro en la corrida . / EFE
Toros

El Juli da la talla de torero grande con dos envenenados toros de Victorino

Lidiador y capotero brillante, muletero poderoso y firme para salvar la trampa

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El Juli salió resuelto y casi hasta la raya a parar al primero de los dos toros que iba a matar. Los lances, de manos altas, de puntillas y con el toro empapado pero vaciado en línea, fueron de rancio acento. El broche de saludo fueron dos medias. El manejo seguro, dominador y airoso del capote iba a ser una de las muchas notas brillantes de la importante tarde de El Juli. La primera muestra fue ese hermoso botón. Y en lances clásicos, casi el único botón que cupo por el ojal y se dejó abrochar.

El segundo de su turno se le vino al pecho a El Juli ya en el mismo recibo, y no hubo otra que torear de capa por abajo, lancear sobre las piernas y salirse para fuera. Cuando el toro estuvo gobernado fuera de las rayas, remató El Juli con media dibujadísima y arrebujada. A quitar salió El Juli también en los toros de Encabo. A quitar de verdad y en puridad al segundo de corrida, pues lo que hizo El Juli fue quitar literalmente al toro del caballo y volver a dejarlo en suerte por si convenía una tercera vara, que no.

En el quinto, que parecía de mejor aire, El Juli no fue al quite puro sino al de adorno. Se lo pusieron difícil. Y no el toro. Sino uno de los banderilleros de Encabo, que se cruzó por delante de El Juli para asombro de todos. Aunque Encabo pareció hacer gesto de que se dejara a El Juli salir, que era su derecho, el banderillero volvió a intentar cruzarse. Al notar que había hasta enemigos vestidos de torero, se puso serio El Juli, se fue a los medios y cambiándole distancias y terrenos al toro le pegó dos chicuelinas garbosas y ceñidas, y remató con media soberbia.

Pero lo de más serio fondo lo hizo El Juli como lidiador. Sobriedad modélica por su economía para poner el toro en el sitio que quiso y cuando quiso sin aparente esfuerzo. Al tercero de corrida lo dejó en suerte con una larga sencilla y caudalosa. Tanta precisión, resolución y destreza, que son señas de El Juli desde siempre, valieron en esta ocasión mucho más de lo normal. Victorino echó una corrida aviesa y avisada, correosa, mansa, predadora, cobardona. Esa fue la nota general y acentuada. Apenas uno de los seis nombres correspondía a reata conocida. El cuarto, el único de los seis rematado y en tipo, fue también el único que apuntó en el caballo buen estilo. Y el único que, sin forzar la máquina, se dejó convencer y no del todo por la mano izquierda. El primero, más mansito de dejarse, pasó a su manera el listón infernal de esa victorinada atípica. Victorino probablemente no tuvo otra intención que la de tenderle a El Juli una trampa. El Juli salió olímpicamente ileso de la trampa, les pudo a sus dos toros, los dominó, emocionó y dio con los dos su talla de primera figura.

Carne de pescuezo fueron los dos toros que El Juli tuvo que muletear con arrojo, acierto y gobierno. El tercero, comparado con el sexto, pareció hasta manejable. Fue muy gazapón, se metió por las dos manos y por las dos se revolvió buscando y cortando. Como El Juli le pudo y lo engañó o esgrimió siempre, el toro se estaba defendiendo enseguida y arteramente. Antes de la igualada, El Juli le pegó de pitón a pitón una tanda soberbia y abundante. De maestro del toreo. Se quedó el toro de seda. Esa tenía que haber sido toda la faena. Una estocada trasera y, a solas, un descabello certero. Un ligero coro de destripadores no pudo con la ovación de reconocimiento para El Juli.

Pueblo de paso

El sexto ni estaba en tipo ni embestía. Todo lo que hizo fue de media casta. Carretero lidió de maravilla y Alejandro Escobar banderilleó con rapidez. Y luego entero para El Juli ese toro, que en los tres primeros muletazos de tanteo pegó otros tantos trallazos. Cualquiera medio sabio había visto al toro. La perfidia del ganadero, tan manifiesta, se encontró con cómplices: medio centenar de reventadores, que cuanto más pudo y arriesgó El Juli, más intentaron reventarlo. No pudieron. A todos tapó El Juli la boca con una sorda faena de altísima tensión: de empapar al toro por el hocico hasta que el toro se rebelaba a mitad de embroque. Dio igual que el toro, al trote borriquero por sistema, no dejara de apuntarle a El Juli entre las cejas. Como los reventadores. El Juli se quedó quieto como estatua las tres veces que el toro se le paró a mitad de suerte y amagando las tres con rajarlo por la barriga. Y entonces fue cuando se volcó con ganas la inmensa mayoría que supo distinguir y reconocer lo que estaba pasando: el gesto, el talento, la categoría de El Juli. Una estocada traserita. De manso murió el toro. De bravo salió el torero. Imponente.

Toda la historia de la corrida era y fue en el fondo sólo eso. Esplá, soberbio de facultades y rejuvenecido, le pegó al cuarto con la izquierda pases de hermosa cadencia. El toro no dejó ligar dos seguidos. La gente agradeció el detalle. No se complicó la vida con el primero. El segundo de corrida fue todavía más intratable que el sexto y Encabo se libró por los pelos de varias puñaladas a cuello, espalda y barriga. Con el quinto, que tuvo mejor trato en los medios, Encabo insistió en porfía valerosa. Pero no tan convencida como valiente.