Cultura

«Cualquier cosa queda magnificada por los medios»

La Iglesia considera que, a veces, debe intervenir aunque dé pábulo a los críticos

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«En el siglo XIX existía una enorme producción literaria que directa o indirectamente se dirigía contra la Iglesia, pero era algo que quedaba restringido a ciertos ambientes cultos e intelectuales. Hoy, cualquier pequeña cosa puede quedar magnificada según la dimensión que quieran darle los medios». Juan Orellana, director del Departamento de Cine de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social, apunta de esta manera que, contra lo que pudiera pensarse por la frecuente aparición de noticias de este tipo en la Prensa, no es éste un momento de críticas de especial virulencia del mundo intelectual y artístico hacia la Iglesia.

Sin embargo, a juicio de Orellana, la Iglesia, no necesariamente sus más altas instancias, debe intervenir en ocasiones, incluso aunque eso suponga hacer publicidad gratuita a las obras o espectáculos que han sido críticos con la institución. «La Iglesia debe velar por la fe de sus fieles y por el resplandecimiento de la Verdad en medio del mundo, y combinar ambas cosas a menudo es muy delicado y exige un exquisito ejercicio de prudencia». Por eso, continúa Orellana, cuando lo que se dice en algunos espectáculos o libros «es falso o parcial» y «dependiendo de la gravedad de las acusaciones, cuenta con instancias intermedias que se preocupan de clarificar la cuestión». Es el caso, matiza, de El código da Vinci, en el que no se ha producido pronunciamiento alguno de Roma, pero sí ha habido críticas y recomendaciones de algunos prelados.

Es posible, o al menos así lo entiende Orellana, que si existiese un grupo de intelectuales católicos con capacidad de influencia sobre el gran público, como los hubo hace décadas, la institución eclesial no se viera obligada a intervenir en tantas ocasiones. «Faltan grandes figuras mediáticas de clara identidad cristiana, que expongan con sencillez y alegría la experiencia de su fe. Esos apologistas de otros tiempos hoy saldrían en la televisión, en la radio y serían columnistas de los grandes periódicos». Pero no parecen existir hoy figuras de esa dimensión. «Quizá el último gran vocero mediático de la fe haya sido Juan Pablo II. En España hacen falta -declara Orellana- personajes como Ángel Herrera Oria, que en momentos difíciles supo testimoniar la Verdad en el foro público desde un valiente ejercicio de la profesión periodística».