Editorial

Día internacional del Medio Ambiente

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En su resolución 2994 (XXVII), de 15 de diciembre de 1972, la Asamblea General designó el 5 de junio Día Mundial del Medio Ambiente para dar a conocer mejor la necesidad de conservar el medio ambiente. Se eligió esa fecha porque ese día se había iniciado la Conferencia de la ONU sobre el Medio Humano, celebrada en Estocolmo en 1972, a raíz de la cual se creó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Veinte años después, la Asamblea convocó en Río de Janeiro la Conferencia sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, en la cual se reunieron los países para adoptar las decisiones necesarias para reavivar las esperanzas que había infundido la de 1972 y hacer frente al desafío de lograr un equilibrio entre medioambiente y desarrollo. Así, el 5 de junio de cada año se ofrece a los Gobiernos del mundo la oportunidad de reflexionar sobre el papel esencial que desempeña el medio ambiente. Pero, a la luz de los datos, no parece que la reflexión haya llevado después a unas acciones sustantivas.

El lema seleccionado para el Día Mundial del Medio Ambiente en 2005 ha sido: ¿No Abandones a los desiertos!; y es que este ecosistema que cubre el 40% de la superficie del planeta es el hogar de una tercera parte de la población mundial. La desertificación es la manifestación de un sinnúmero de factores destructivos que representan uno de los desafíos más grandes para la sostenibilidad ambiental. Una línea muy delgada separa a las tierras áridas de los desiertos y, cuando se ha cruzado, resulta sumamente difícil retornar. Evitar la degradación de las tierras áridas resulta mucho más rentable que tratar de revertirla y, por ello, es fundamental concentrarse en políticas capaces de proteger las zonas áridas, semiáridas y secas subhúmedas del planeta. Lejos de trabajar en esa línea, la Evaluación de Ecosistemas del Milenio de las Naciones Unidas ya está llamando la atención sobre el hecho de que más del 60% de los ecosistemas del planeta se encuentran tan degradados que no es posible depender de sus beneficios. Y en España no llevamos mejor camino; los datos oficiales proporcionados por el Banco Público de Indicadores Ambientales del Ministerio de Medio Ambiente son demoledores.

La cuestión es tan alarmante como la solución inaplazable: a pesar de los conocimientos técnicos que poseemos y la creciente lista de acuerdos y compromisos políticos, la humanidad sigue dilapidando su capital natural.