Editorial

Debate de trámite

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El debate de política general sobre el estado de la nación, que tuvo ayer su principal desarrollo y que concluye hoy, ha servido de balance de la mitad de la legislatura y -en cierto sentido-, ha supuesto el arranque de la larga campaña que, tras el referéndum del 18-J, nos conducirá a las elecciones catalanas después del verano y a las elecciones autonómicas y municipales del próximo año. Quizá por ello, por su equidistancia entre las pasadas elecciones generales y las futuras, el debate no se ajustó al modelo convencional, en que el presidente del Gobierno exalta su obra y el líder de la oposición conjuga la crítica con el lanzamiento de una opción alternativa de poder. Ayer, Rajoy no esbozó proyectos sino que se limitó a marcar su territorio y a aprovechar su oportunidad para desgastar a sus adversarios. Y en esta tarea, que sin duda tiene una plausible función profiláctica en democracia, el jefe de la oposición estuvo desigual: no fue contundente en su crítica de las políticas concretas y sí en la del endurecimiento del célebre talante de Zapatero, que en algunos aspectos, como en la campaña del PSC sobre el Estatuto catalán, se ha trocado en inquietante beligerancia con el Partido Popular. Fuese por el nuevo formato del debate, -que obligó a Rajoy a realizar intervenciones excesivamente breves y que suscitó una agria polémica entre el portavoz popular Zaplana y Marín, el presidente de la Cámara-, o debido a otras causas, faltó ayer simetría en el cara a cara Zapatero-Rajoy. El líder de la oposición, tan inflamado y vibrante hace un año, estructuró ayer su principal intervención en tres partes: una toma de posición escueta en relación al diálogo con ETA, en los términos conocidos, una crítica genérica y algo desvaída a las políticas concretas del Gobierno, y una censura honda y doliente a Zapatero por haber impulsado a su juicio grandes dosis de incertidumbre -entre otras razones, por haber quebrantado todos los consensos- y por haber sembrado, a su entender, la discordia y haber desatado tensiones innecesarias que no existían. Este reproche, fundado en algunos hechos objetivos (el Pacto del Tinell y el mencionado eslogan del PSC), y replicado por Zapatero con el argumento de las cuñas radiofónicas sobre el Estatuto lanzadas por el PP en Andalucía, explica objetivamente la difícil relación entre ambos líderes y las escasas expectativas existentes en la formación de ciertos consensos necesarios, el territorial en primer lugar.

Todas las fuerzas políticas, aun las más cercanas al PSOE, calificaron la intervención inaugural del Zapatero de «irreal» y «autocomplaciente». La visión idílica de la situación que tiene Zapatero y la cargada de sombras de las fuerzas de oposición se conjugan en la conocida realidad ambivalente, matizada por claroscuros en casi todas las materias. E infortunadamente, el debate no sirvió para forjar alguna síntesis constructiva, ni en los diversos ámbitos políticos ni en la cuestión territorial.