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Una barbacoa no hace verano

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Tranquilos que no llegará la sangre a la orillita. La llamada de atención de la Demarcación de Costas se quedará en eso, en amago de puntillazo, y ya verán ustedes cómo aquí tenemos paz y luego gloria y podremos ir todos a ciscarnos a la playa cuando sea el Trofeo, dejarlo todo pringoteado de latas de refresco y de colillas si nos vienen a cantar allí frente a la tapia del cementerio los muertos vivientes de Eurovisión, que es lo que pega, y podremos seguir sufriendo de insolación aguda cuando nos de por asistir de paganini pero sin pagar a cualquiera de los magnos eventos deportivos que nos dejan cada tres por cuarto sin un cacho de playa y de aparcamiento en zona azul por mor de llenarlo todo de tráilers de película de Peckinpah, estandartes publicitarios que se los lleva el levante y regalo de gorritas y camisetas que en seguida se decoloran.

Es cuanto menos curioso que en una ciudad como la nuestra, que paradójicamente vive de espaldas al mar, nos ahoguemos todos en un vaso de agua salada cuando, oh, cielos, de pronto se nos quita la alfombra de debajo de los pies y se nos anuncia que vamos a quedarnos sin barbacoas, sin entierro de la sardina y sin niñas de camisa ceñida haciendo publicidad del ron de moda. Todos y todas se han acojonado ante la idea de perder los momentos culminantes de un verano que, cónchiles, tiene lo menos cien días por delante, cien días de los cuales casi todos ellos están más vacíos que las cuevas de María Moco, que ya tardan, por cierto, en potenciarlas como atracción turística.

La advertencia de Costas deja en el fondo muy claro que nos hemos acostumbrado a lo que hay, y que la imaginación a la hora de organizar actividades veraniegas (para los turistas y, también, para los que somos de aquí) anda escasa: repetimos incansablemente las cansinas programaciones de todos los años (recuerden ustedes las programaciones del Pemán) y que salga como siempre a lo que salga. Pero no se nos va a acabar el mundo si no pudiera celebrarse (verbo inadecuado, pero en fin) lo de las barbacoas, ese magno acontecimiento de la finura gaditana que se remonta... ¿a cuándo? Uno recuerda perfectamente cuando este botellón bendecido por los próceres de la patria no existía, o sea, hace quince años. Y no pasaba nada. Y también recuerda cuando había que retratarse para ir al cine de verano... mucho antes de que existieran los videoclubs, que son a fin de cuentas los que le dieron la puntilla: no creo que sea mucha la gente que acuda allí los sábados a ver una peli en riguroso estreno ocular.

La ciudad, en suma, no se reduce a la playa ni a la docena de chiringuitos que tiene esparcidos por la playa (cuya problemática, sí, es para mí la más peliaguda de cuantas se presentan en tanto no puede decirse que estén abiertos dando el latazo hasta el amanecer ni que supongan un quebranto ecológico, pues la mayoría no pasan de ser bares de copas), y haríamos bien en extender la oferta de ocio a otros barrios de Cádiz igual de atractivos. Uno compara, y no debería, nuestra oferta veraniega con una ciudad similar a la nuestra como es Gijón, que empalma de continuo actos de ocio y cultura, y se pregunta qué oferta podríamos mostrar al mundo si, en efecto, fuéramos una ciudad de secano.

El año pasado se dio un gran paso con la muestra carnavalesca en agosto. El mercadillo andalusí de El Pópulo tendría que ser todo el verano. Este año tendremos la novedad de la regata en julio. Y tendría que haber más cosas y más publicitadas: pasacalles, música, recitales, teatro al aire libre en las plazas del centro, Alcances en su fecha originaria, la feria del libro de ocasión que nos robó el maldito botellón allí frente al Hotel Playa. Como el París de Hemingway, Cádiz tendría que ser una fiesta.

Entre el no rotundo y el todo vale, tendría que haber espacio para negociar y programar actividades atractivas para el verano que respeten el entorno ecológico de esa costa que tenemos en usufructo de las generaciones por venir. En el fondo, la idea de quedarnos sin playa nocturna lo que viene a dejar muy claro es que, ahora que ya parece que vamos a tener el segundo puente, la nueva prioridad de Cádiz es la creación de un coso multiusos moderno, abierto a las estrellas, donde puedan celebrarse concursos, conciertos, actividades deportivas y todo lo que se nos ocurra. De los toros, si quieren, hablamos otro día.