DECIMOSÉPTIMA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

Madrid: Pinchazo de las dos promesas charras: ni Gallo ni El Capea

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Hubo un toro sobresaliente del hierro de Salvador Domecq y en el tipo primitivo de Juan Pedro. Fue tercero de corrida. Galopó de salida con codicioso temperamento. Se lidió con desorden. Atacó en banderillas y no dejó de hacerlo. El Capea no le perdió la cara, pero no se descaró ni terminó de pararse. Siempre dispuesto el toro.

Con el oficio de torero preparado no bastó. Primero, porque el toro le entró a la gente desde el principio. Y luego, porque El Capea no se tapó ni tapó tampoco al toro. La pelea se libró en un terreno solo, de manera que lo que no hizo El Capea fue claudicar ni rendirse ni echarse atrás. Pero sí perder pasos y abusar del medio muletazo.

No hubo manera de idear alguna estrategia distinta. Monótono planteamiento. Al tercer viaje ya sorprendía descolocado al torero. Debió de sentirlo así el propio Capea, que salió en el sexto por todas. Un toro bien rematado del hierro de Lagunajanda, más ancho, no tan afilado. En el turno anterior se había jugado de segundo sobrero un inmenso pajarraco de La Palmosilla, tan ensillado y con tantas badana, que este sexto parecía un pariente pobre. Tomó el capote por los vuelos el toro, El Capea salió precipitadamente a sujetarlo y, cuando se echaron cuentas, le había pegado al toro una docena de capotazos, sin rematar. Los dos banderilleros lidiadores le pegaron de seguido otra docena.

Después de tan interminable vals, el toro se enganchó de las riendas del caballo de pica en una vara cobrada al sesgo, digamos, y del gasto de cuello en el combate salió tundido. Otro picotazo trasero y toro al rinchi. Venido abajo. El Capea tuvo el detalle de abrirse en los medios con sólo dos de tanteo y de hacer ahora lo que no pudo hacer antes: descararse, llamar en distancia con la izquierda y aguantar entregado el viaje. Apagado, rendido, el toro duró dos compases.

Los dos del lote de Eduardo Gallo sirvieron. El primero empujó en el caballo, tuvo en banderillas templado galope y se empleó en la muleta con dócil gas. Gallo pecó de frío en una faena de mal sostenida. Dos tandas de ritmo en los medios y con la diestra. Y de pronto un apagón: cuando el toro pidió distancia, Gallo se metió entre pitones, intento sin éxito un par de circulares cambiados y se vinieron abajo el toro, la faena y el proyecto.

Mala suerte

El sobrero de La Palmosilla fue un espectáculo por sí solo. Brutal presencia. Fue, sin embargo, toro bueno. Lo lidió de maravilla Álvaro Oliver, lo picó bien Paco Tapia, lo banderilleó felizmente Mingo Siro y el toro llegó a la muleta solícito. Había que tirar de él y aguantarle. Muy de medias tintas la faena de Gallo: ni tirar ni aguantar. Dejó irse el toro sin aplicarse a fondo.

Uceda Leal tuvo la mala suerte de llevarse un cuarto toro zancudo, descaradísimo pero que no se tenía de pie. Bueno el toro, pero sin potencia. Se derrumbó. De primero le cayó en las manos un sobrero de Camacho no mal hecho pero tampoco bonito. Apaisada la amplia cuerna, incómoda para estar delante y pasarla. Y regular el genio y el poder. Escarbó el toro, que cuando quiso ir remató con el cabezazo que define al toro encastado que es pronto pero no puede lo que quiere. Ingrato, por tanto. El toro repuso más de la cuenta. Cuando Uceda lo castigó por abajo, renegó.