AVISO. El lateral de la iglesia de San Antonio se mezcla con la puerta de acceso del Centro de Día.
CÁDIZ

Del sonido de las tortas a las risas de los niños

La calle Zaragoza aún conserva las fincas que recuerdan una época de máximo esplendor económico de la ciudad

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Hay quien dice que, por las noches, se siguen escuchando los lamentos de aquellos que iban al cuartelillo. Otros comentan que en la iglesia de San Antonio aún huele a quemado casi 70 años después de que el Gobierno republicano decidiese que el templo desapareciese bajo las llamas de un incendio provocado. Esos, y mil recuerdos más, son los que guarda la calle Zaragoza.

A pesar de ser una calle de pocos metros de longitud, en esta vía han cambiado demasiadas cosas en muy pocos años. Los más antiguo del lugar, como Luis del Álamo, señalan con orgullo que en Zaragoza «vivieron las mejores familias de Cádiz». Luis del Álamo recuerda a los Mora-Figueroa, aunque piensa con especial cariño en la familia Arjanilla, de Medina Sidonia. Este vecino de la calle Zaragoza apunta que «esta familia contaba con una fábrica de perfumes en su pueblo. Allí era propietaria de un extenso terreno donde cultivaba todo tipo de flores y plantas, de donde sacaba la esencia para sus perfumes».

De aquellos años aún se conservan las pequeñas casas-palacio que están ubicadas a lo largo de la calle Zaragoza. El número 11, el 7, el 12 y el 10 son ejemplos de las construcciones realizadas en el siglo XIX, cuando los principales comerciantes tenían sus viviendas en esta vía secundaria del casco antiguo de Cádiz.

Concretamente, en el número 11, estaba la sede de un colegio hace tan sólo treinta años. Era una escuela, sólo para chicos, gestionada por un padre y sus dos hijos. Enrique y Luis fueron alumnos de este centro «que tenía dos grandes patios», comentan estos gaditanos. El tiempo del recreo era el más deseado por los niños. «Salíamos a jugar en un espacio que nacía en la calle Zaragoza y acababa en la plaza de Viudas. La finca era inmensa y tenía mucha luz», comentaba Alfonso.

Esta casa fue adquirida años después por el doctor Calderón, padre del jugador del Cádiz Club de Fútbol, Antonio Calderón, «que jugó en el Rayo Vallecano, en Escocia y, ahora, entrenador del Cádiz Club de Fútbol B», aclara Fernando Igartiburu, propietario del bar Caracas.

El ir y venir de negocios

El bar Caracas fue fundado por el padre de Fernando Igartiburu en el año 1976. Aunque de apellido vasco, esta familia lleva varias generaciones asentada en Cádiz. En su origen, este espacio era la Casa de Contaduría, «donde se fiscalizaban las cuentas y, después, se iba a pedir a la gente que debía dinero».

Desde su bar ha visto como algunos se iban, otros llegaban y muy pocos se quedaban. Entre los recuerdos que se le amontonan en la cabeza a Fernando destaca la clínica dental del teniente coronel Montesino: «Después de sacarme una muela se dio cuenta que me había sacado la sana. Aún me sigue doliendo la boca cuando recuerdo ese momento». Este dentista estaba ubicado en la finca número 7; un espacio que después ocupó la peña El Burgaillo -en su origen, La Alegría de Cádiz.

Cerca del número 7 de la calle Zaragoza estaban Las Reparadoras. Durante la posguerra, las adolescentes gaditanas se acercaban a esta finca, gestionada por monjas, para aprender a coser, a escribir a máquina y a hacer todas las labores domésticas. Todas las jóvenes paseaban por la calle hasta llegar hasta Las Reparadoras. Algunas entraban en la pequeña capilla con la que cuentan estas religiosas. Otras entraban directamente en clase. Hoy estas monjas siguen atendiendo a los ciudadanos, aunque la puerta de la capilla permanece cerrada.

Las Reparadoras permanecen, pero los que ya forman parte de los libros de historia son: la Cooperativa de la Compañía Transatlántica, una tienda de artesanía (Unimen) y la librería médica Espax; «la única librería especializada que existía en Cádiz», señala Fernando Igartiburu.

Sábanas usadas

En la calle Zaragoza también atendió durante muchos años a sus clientes la Caja de Ahorros y Monte de Piedad. Hasta aquí se acercaban los gaditanos que tenían que empeñar algunas de sus propiedades para poder subsistir.

Alfonso Quintero comentó que su madre llevó unas sábanas usadas que tenían un agujero. «Le dieron menos de una peseta por aquellas sábanas viejas, pero aquel día comimos pan», dijo.

En el Monte de Piedad quedaron olvidados muchos artículos que nunca fueron recogidos por sus dueños. Ellos sólo fueron por el dinero. El resto, es historia. Enrique Martín explica que muchas mujeres lloraban en la puerta del Monte de Piedad antes de proceder a empeñar uno de sus bienes.

Y es que en la calle Zaragoza ha convivido un estudio de fotografía, la escuela de arte de Arturo Capaset con el cuartelillo de la Guardia Civil, «el número 237», comenta Enrique Martín.

A esta dependencia del Instituto Armado le llamaban «la fábrica de tortas, porque allí dentro daban cachetes de todos los colores», comenta Igartiburu.

Tras el cierre de este cuartel se cambió el uso del solar. Primero fue un hotel-restaurante y después un almacén de La Marina para acabar acogiendo el Centro de Día para Personas Mayores La Caleta. Hasta aquí vienen a diario decenas de ancianos a estar acompañados.

Y en la esquina, Rafael Suárez intenta traer un poco de suerte a la calle con sus cupones de la ONCE. Ya en el año 2000 entregó 600 millones de pesetas.