VUELTA DE HOJA

Desobedecer

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Debieran prohibirnos terminantemente hacer las cosas que no nos gustan. Disminuiría el número de rebeldes, díscolos y otras personas antisociales, de esas que hacen caso a todo menos a las órdenes.

A mí, sin ir más lejos, no me importaría en absoluto que me prohibieran bajo severísimos castigos, hacer footing, bailar, comer garbanzos, silbar con las manos en los bolsillos o enarbolar pancartas en las manifestaciones. Lo malo es cuando se empeñan en impedirnos algo que nos complace. Incluso algo que empieza a complacernos a partir de su prohibición.

La tenaz ofensiva contra el tabaco parece que ha aumentado entre nosotros el número de desobedientes. Tenía como principal objetivo disminuir el consumo y se apeló a una cosa que nunca falla: subir el precio del producto. Es mucho más disuasorio que televisar la autopsia de un fumador, pero no dio el resultado apetecido por Sanidad.

Tampoco se demostró la eficacia de la cruel medida que no consiente que se fume en los centros de trabajo: algunos dejaron el tabaco, pero otros se descentraron tanto que lo que abandonaron fue el empleo. El caso es que las ventas de cigarrillos han igualado las del mes anterior a la entrada en vigor de la ley antitabaco.

Antes de entrar en vigor se sospechaba que tenía poca fuerza, quizá por no contar con la fuerza de voluntad de los depravados consumidores. Lo que no se le puede negar a la esforzada campaña es que ha disparado también la venta de productos antitabaco. Todos tenemos amigos que llevan puestos unos parches, como si estuvieran pinchados, cuya finalidad es hacerles aborrecer la nicotina, pero lo que han aborrecido, a los quince días de llevarlos, son los parches.

Se conoce que hay mucha gente que no tiene interés en dejar un cadáver de buen aspecto, ni unos pulmones nuevos cuando cambie de aires.