LA GLORIETA

La luz de Cádiz

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Cádiz tiene una luz propia que ciega y atrapa. Es limpia, suave y tan serena como el ritmo de los propios gaditanos, que tienen la virtud de inmutarse por muy poco o simplemente por aquello que merece la pena. Toma principio filosófico del bueno. Su particular forma de entender la vida no es otra cosa que una lección envidiable de temperamento que se aprende poco a poco. Me pregunto si la luz que refleja Cádiz tiene algo que ver con esta cultura. Seguro que sí. Llevo dos años cruzando la Bahía cuatro veces al día -un verdadero pulso a la paciencia- y la imagen que se aprecia desde lo alto del puente Carranza siempre me parece distinta. La claridad llega a ser relajante, a pesar de que la procesión de coches que entra y sale de la ciudad por el mismo sitio no cambia. A todo se acostumbra uno, incluso al atasco diario.

La luz de Cádiz a la que me refiero es la del azul intenso que provoca el mar cuando se junta con el cielo. El brillo que desprende en el horizonte es capaz de levantar el ánimo y aliviar cualquier contratiempo. De eso saben bastante los gaditanos. San Fernando aparece, a un lado, reflejado en la orilla y, al otro, Cádiz, claro y tranquilo. Es un lujo. Pero no es nada fácil explicar que la luz de aquí es distinta al resto. Hace un par de meses me empeñé en convencer a un grupo de amigos de que el cielo gaditano tiene un color especial, igual que el de Sevilla para los sevillanos. No les falta razón a ninguno. Pero les resultaba extrañó que el firmamento hiciera tantas distinciones en Andalucía. Pero Cádiz es especial y aquí la paleta tiene un nuevo color: el azul Cai.