Cultura

Muertos y coleando

'Volver', de Almodóvar, narra la historia de una madre escondida cuyas hijas la creen muerta; no hay que ir al cine para encontrar a personas con más de una vida

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Aviso a los lectores, este reportaje puede aguar la fiesta a los que tengan la intención de acudir al cine a ver Volver, la última entrega de Almodóvar. Sencillamente, las historias humanas que se narran a continuación comparten algo vital con la última ficción cinematográfica del manchego: hay humanos que fueron dados por muertos durante años -claro, que ellos mismos sí sabían que estaban vivos- antes de resucitar a los ojos de muchos de sus conocidos.

Nadie se extraña ya al escuchar las historias de aquellos hombres que tras la Guerra Civil española se sepultaron en vida en sus casas e hicieron creer incluso a sus familias que estaban muertos o exiliados. Por rendir homenaje a uno -y a la vez a todos ellos- rescataremos la historia de Manuel Cortés Quero, último alcalde republicano de Mijas (Málaga), un hombre que estuvo escondido treinta años en su habitación con las únicas distracciones de la radio y la lectura, y el apoyo de su mujer e hija.

En el libro Los topos, de Jesús Torbado y Manuel Leguineche, Manuel Cortés decía: «Los dientes me los sacaba yo mismo uno a uno cuando asomaba el dolor, con más paciencia que un santo. Duro como estaba, el diente o la muela, la quebrantaba poquito a poco, hasta que al cabo de cuatro días de removerla se aflojaba y entonces, ras, lo extraía de golpe con la mano, sin necesidad de alicates o tenacillas. Me arranqué unos nueve o diez dientes por este método».

Para Manuel Cortés y todos los que estaban en su situación, la pesadilla acabó el 28 de marzo de 1969. Ese día, el último alcalde republicano de Mijas estaba como de costumbre con la oreja pegada a la radio cuando el ministro franquista Manuel Fraga Iribarne anunció el perdón para los delitos cometidos en la Guerra Civil. «Los mejores años de mi vida los he pasado entre paredes. ¿Mereció la pena? Nunca cedió mi fe en la democracia. La tiranía de la dictadura no puede durar eternamente...», diría este hombre una vez de vuelta a la vida, que abandonó definitivamente el 17 de marzo de 1991. Como él, miles de españoles resucitaron tras la contienda.

El literato Ernest Hemingway fue dado por muerto en dos ocasiones antes de que él mismo decidiera suicidarse en su rancho en 1966. Su primera muerte aconteció el 8 de julio de 1918, en Italia, en el transcurso de la I Guerra Mundial, en la que él participaba como enfermero de la Cruz Roja. Fue herido el premio Nobel en una pierna y, aun así, cargó con un herido de gravedad hasta que se desmayó. En el fragor de la batalla fue tomado por un fiambre y se despertó en una pila de cadáveres. La segunda de las muertes de Hemingway, esta vez con esquela y obituarios incluidos, se produjo el 22 de enero de 1954, en el por entonces Congo Belga. Él y su esposa Mary volaban en una avioneta que chocó contra una bandada de pájaros. Ambos abandonaron los restos del avión y anduvieron bastante hasta encaramarse en una colina para evitar el peligro de los elefantes. Para cuando se quiso confirmar que ambos estaban vivos, la noticia de sus muertes ya había dado la vuelta al mundo.

Y en la literatura, que no en la vida de los literatos, se han derramado ríos de tinta sobre las supuestas muertes de algunos personajes. El escritor Fernando Marías enmarcó en ese contexto histórico su primera novela La luz prodigiosa, una trama de ficción en la que Federico García Lorca sobrevivió a su fusilamiento y -recuperado de sus heridas pero desmemoriado- vivió una larga vida en el olvido, dado por muerto tanto por sus asesinos como por sus amigos y familiares.

Pero no es necesario recurrir ni a la fantasía ni a la vida de literatos para encontrar en los periódicos y en las vidas de las personas de a pie miles de historias con billete de ida y vuelta. Algunas de ellas, tan rocambolescas como la de Francisco Paesa, el hombre que entregó a Luis Roldán (y se quedó con su dinero), y que, perseguido por la justicia, en 1998 decidió montarse una buena desaparición de él mismo y de los once millones de euros que tenía por compañeros de viaje.

La hermana de Paesa publicó en El País una esquela anunciando su fallecimiento en Tailandia por infarto de miocardio y la inmediata incineración del cadáver. Además - muy chics ellos- encargaron todo un mes de misas gregorianas por su alma en el Monasterio Cisterciense de San Pedro de Cardeña.

Nadie creyó esta bola que siguió gira que te gira hasta 2004, cuando una agencia de detectives catalana descubrió que el tipo en cuestión sigue vivo y reside en Luxemburgo. En esta ocasión, la resurrección se publicó en el diario El Mundo. Ante tal desbarajuste, el Ministerio de Justicia y el fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, ordenaron abrir sendas investigaciones para determinar si el ex colaborador del Ministerio del Interior Francisco Paesa puede ser reclamado por la justicia. Hasta ahora.

Comido en vida

Reciente y macabra es la historia de Salvador Alfonso, el preso español al que dieron por devorado en la cárcel de Lurigancho, de Perú. En 2001, aprovechó para poner pies en polvorosa tras llevar cumplida la mitad de una condena de diez años por narcotráfico. En la prensa peruana apareció: «Se comen a un preso español a la paella». Y es que, según narró este valenciano, lo de comerse a alguien en aquella prisión peruana no era tan raro. Salvador aprovechó esa confusión culinaria para comerse el mundo, llamar a su familia, decirles que no estaba digerido, y volver a Gandía. Ahora lo reclaman desde Perú y él ha acudido al Constitucional para evitar su extradición, no vaya a ser que en esta ocasión se lo coman.