TRIBUNA

Por una juventud comprometida

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El fenómeno del botellón, si lo despojamos de sus causas y condicionantes, no es otra cosa que la rebeldía escrita en palabras nefastas de borregos aduladores de un fin que pocos conocen. No quiero banalizar la cuestión, ya que me preocupa de forma especial. Ni quiero abrumar con mi palabra las veleidades de los jóvenes. Cada cual es libre de lo que quiera, como ellos mismos plantean y no les falta razón, aunque pocos se preocupen por mantener y dar realce a esta máxima que todos se encontraron.

Desafortunadamente nuestros jóvenes, que no son el futuro de nuestra sociedad, sino el presente, se debaten entre el ron y el whisky, mientras en la esfera nacional se abre un camino ansiado de diálogo y pacificación. Francia ha puesto al descubierto las vergüenzas de nuestra sociedad. Mientras ellos, en actos de compromiso protestan por los contratos de primera actividad, nosotros gastamos nuestras energías en hacer el botellón más numeroso.

Algo falla en la sociedad. No son todos los jóvenes, claro está, pero el número y el fenómeno asume medidas importantes. El carácter gregario de la juventud actual ha sido fomentado en determinados aspectos por los mensajes políticos y la publicidad. El PSA está claramente y frontalmente en contra de esta idea. Nuestros jóvenes tienen conciencia crítica, al menos la que les hemos dejado tener. Por ello, el PSA se muestra en contra de los botellódromos, ya que no cabe mayor reclusión que la discriminación positiva.

La educación, los mensajes que se han lanzado desde las administraciones, el tipo de televisión que reina en España y otros tantos factores han provocado el fenómeno.

El PSA entiende que hay que equilibrar el derecho al descanso y el derecho a divertirse, pero no sólo desde los escaños y la represión, sino obligatoriamente desde la raíz de la cuestión. Una sociedad es reflejo de su pasado reciente y eso es lo que no cuadra en este momento.

Tampoco es cierto que la juventud sea anodina y esté falta de compromiso. Ahí tenemos las huelgas estudiantiles contra la LOU, o los movimientos antiglobalizadores formados en casi su totalidad por jóvenes, al igual que muchas de las organizaciones no gubernamentales de ayuda social y respeto a la naturaleza.

El problema surge de la confrontación. En España, los mayores desayunamos ávidos de descubrir novedades sobre los acontecimientos que se suceden en el País Vasco, con ETA y el Gobierno central como actores principales de un guión que no está acabado. En Francia, los jóvenes protestan enérgicamente contra la famosa ley de Villepin, mientras Sarkozy juega su papel de rebelde. Y a otro nivel, al menos eso demuestran, nuestros jóvenes pugnan por conseguir participar en la concentración más numerosa de gente bebiendo alcohol en la calle.

Cierto es que no hay que confundir, ni tomar la parte por el todo. Los salvajes son salvajes dentro de los masificados botellones y fuera de ellos. Pero está claro que entre el tumulto la capacidad de hacer el mal enmascarado surge de una forma más notoria. El PSA está con la juventud y no cree que ésta sea como la pintan, ni mucho menos.

Desde tiempos inmemoriales la juventud ha sido el motor de los pueblos. La inconciencia, por ser inconciente, ha ido perfilando la democracia de la sociedad y ha empujado al hombre a sentirse libre en un mundo lleno de ataduras morales y sociales. El PSA, un partido político progresista no puede negar la realidad, pero tampoco acusarla. Los jóvenes españoles, andaluces y gaditanos, siguen teniendo el timón en su mano, siguen siendo la gasolina de un motor que nunca se apagará. El PSA les entiende, y comprende su situación, el difícil acceso a la vivienda y la inestabilidad del mercado laboral.

La juventud debe volver a demostrar que sabe hacer temblar a una nación, que es capaz de intervenir en el devenir de España y Andalucía, y que no olvida su papel activo de reivindicación tras una litrona. Francia es Francia y España es España, pero la juventud tiene un nexo común, ni están dormidos ni se esconden, simplemente son reflejo del modelo que algunos están imponiendo.