VUELTA DE HOJA

El censo

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No sé quién dijo que las fronteras son las cicatrices de la historia, pero seguro que sería un político metido a cirujano, lo que sin duda requiere un esfuerzo equivalente al que tendría que hacer un cirujano que quisiera meterse en política. El caso es que algunos patriotas chicos quieren alterar la geografía, después de alterar la historia. Se entiende menos que también quieran subvertir la aritmética. Siempre se ha dicho que las matemáticas no mienten, pero se sabe que hay matemáticos muy embusteros, más o menos pitagóricos. Ahora le ha tocado el turno a la demografía, esa ciencia apasionante que tiene que cambiar sus conclusiones apenas obtenidas, ya que las cifras están en perpetuo movimiento. El Gobierno ha ordenado revisar el censo nada menos que en 5.856 pueblos para evitar fraudes electorales.

No es que en las localidades pequeñas no sepan contar, sino que suman de otra manera por la cuenta que les tiene. Hay alcaldes inhabilitados, a pesar de su habilidad para empadronar. Otros inflan los censos de las pedanías y las convierten en populosos pueblos. ¿Cuál sería el procedimiento mejor? ¿Contar boinas? ¿Averiguar cuántas cabezas de ganado hay en los villorios y hacer luego el cálculo aproximado de sus propietarios? El disputado voto del señor Cayo se multiplica, no porque los alcaldes tengan una vara con borlas, sino porque tienen una varita mágica.

Ha tardado el INE en revelarnos lo que denomina como empadronamientos sospechosos. Todos pudieron alterar los resultados en pueblos donde una docena de palurdos, a veces invisibles, pueden determinar la victoria del regidor.

Los fraudes descubiertos se refieren a las municipales de 1999 y 2003. La Administración española, con mayúscula, padece el mal incurable de los administradores.