ESTRELLA MORENTE CANTAORA

«El flamenco no admite etiquetas porque es un arte único»

La hija del heterodoxo Enrique Morente ha conseguido conciliar la maternidad con una exitosa trayectoria basada en el clasicismo

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Que su voz tenía estrella parecía claro al poco de nacer. Se dice que a los cuatro años ya esbozaba cantes de Levante y que a los siete fue grabada cantando con el maestro de la guitarra Sabicas. Desciende de dos familias con vitola jonda: su madre, Aurora Carbonell, ex bailaora conocida como La Pelota, entronca con una larga saga del flamenco madrileño a la que pertenecen su tío, el cantaor Antonio Carbonell y su abuelo, el guitarrista Montoyita. Su padre, Enrique Morente, es considerado poco menos que el paradigma de la heterodoxia flamenca mejor resuelta y entendida.

Hija de una gitana urbana y de un payo del Sacromonte granadino, Estrella lleva el flamenco en sus genes y lo cultivó en peñas y bares de Granada hasta salir un día a la luz cantando con 16 años el Granada de Agustín Lara ante miles de personas en la ceremonia inaugural del mundial de esquí de Sierra Nevada. Sin publicar un solo disco, comenzó a llenar teatros encandilando lo mismo a flamencólogos que a cineastas como Carlos Saura o rockeros como Peter Gabriel o Lenny Kravitz. En tiempos de fusión, Estrella emergió con su belleza clásica y el pellizco de su voz acompasada y profunda. Irrumpió con una interpretación ortodoxa y genuina del flamenco que no renegaba del riesgo y la búsqueda representados por su padre.

Hace casi una década abandonó los libros para dedicarse «a otro tipo de estudio». Su dedicación en cuerpo y alma se ha concretado en dos aclamados discos, Mi cante y un poema y Calle del aire, de los que vendió 200.000 copias.

-Adapta tanto coplas populares como a poetas y escritores clásicos. ¿En qué palo se siente más cómoda?

-Lo importante es tener capacidad de cantarlo todo, tanto letras populares como de la literatura, la poesía o el folclore judío o sefardí, de la copla o la canción melódica. Escucho cosas ajenas al flamenco, como Nina Simone, cuyo falsete me vuelve loca, y trato de llevarlo luego a mi manera al flamenco. Si voy a cantar un fandango, me fijo en Farina. Me gusta cantar por cualquier palo, meterme en un compás y utilizarlo para armonizar, modular o estirar la voz. A veces la cosa tiene un tono más festero y otras, más serio.

Vivir la fusión

-Como ocurrió con su primer disco, su nuevo trabajo se está haciendo esperar más de lo previsto, ¿no?

-Es que la grabación ha tenido que pararse en varias ocasiones porque se cruzó el rodaje del documental (Morente sueña la Alhambra) y la salida del disco que hubo que grabar con los artistas participantes en la película. Luego intentamos retomarlo, pero se cruzó el espectáculo Pastora 1922 (homenaje a la cantaora La Niña de los Peines en el Teatro Español) y hubo que ensayar a fondo porque intervenían más de veinte artistas. Y después nos plantamos ya en Navidades, que te puedes imaginar lo que son para los flamencos. Trabajamos sin prisa, pero sin pausa. De todas formas, al hacer un disco o empezar una carrera no hay que imponerse plazos, es más importante estar satisfecha o segura de lo que se hace.

-Llama la atención que la hija de Enrique Morente, modelo de la heterodoxia flamenca, apueste por el clasicismo.

-Para mi padre, la búsqueda y el deseo de ir hacia adelante es muy importante, pero él es ante todo muy flamenco. En mi casa siempre he vivido la fusión, las ganas de combinar creación y fantasía, pero me han inculcado desde niña que para poder ir adelante hace falta mucho conocimiento de lo antiguo. No deja de ser curioso que cantaores jóvenes con amor por el clasicismo como Arcángel, Mayte Martín, Miguel Poveda o yo misma nos fijemos tanto en Enrique Morente.

-Su padre guía de cerca su carrera. ¿Es verdad que no quería que se dedicara al flamenco?

-Mi padre ha permitido que sus hijos pensemos qué queremos hacer con nuestras vidas y después nos ha dirigido respetando nuestras decisiones. Nuestra relación es ahora lo más cercana que te puedas imaginar. Tenemos una comunicación tremenda, trabajamos como si fuéramos una sola persona. Mi padre es nada menos que mi productor, lo cual es un lujo y una suerte porque nunca produce a nadie. -Debió de tenerse que hacer a la idea pronto, porque empezó a cantar con siete años. ¿Cuándo supo que lo suyo era el flamenco?

-En mi casa siempre se ha bailado y cantado, pero lo primero que recuerdo fue una taranta que mi padre me pidió que le dedicara al maestro Sabicas y que alguien grabó. La música era, primero, una forma de entretenimiento; luego me dejé llevar y empecé a cantar por las peñas de Granada.

-¿Cree que el flamenco es una forma de vida o un objeto de estudio?

-Tiene mucho de ambas cosas; es una forma de vida, un reflejo de los sentimientos que tenemos en el alma, pero también un arte que se aprende. Recuerdo lo que me dijo mi padre cuando le comenté que quería dejar de estudiar: «Tú lo que quieres es no coger un libro, pero en esta vida tendrás que estudiar hasta que te mueras». La música es una carrera larga y difícil que no se acaba nunca. Aparte de memoria y capacidad de análisis y entendimiento, tienes que tener el don del arte. Y para aplicarlo hay que añadir el estudio.

Tradición y hondura

-¿Le impone cantar en auditorios como el Teatro Real de Madrid, El Palau de la Música de Barcelona, el Barbican Center de Londres,?

-Cada vez que tengo la oportunidad de cantar en lugares de esa categoría sufro los mismos nervios que la primera vez. Son escenarios maravillosos. También ha sido muy especial atravesar fronteras; que tu voz se escuche en otros lugares es una de las mayores aspiraciones de un artista, ya que te permite abrirte a nuevas sensibilidades.

-Parece que el flamenco nunca ha gozado de tan buena salud. Casi ha dejado de ser noticia que Remedios Amaya, José Mercé, Niña Pastori o usted vendan tantos discos como los artistas de pop.

-Quedan cosas por conseguir, pero, como todo, el flamenco se está abriendo cada vez más a las nuevas tecnologías y generaciones. Es muy importante que no se vea como una música para gente mayor, que se vea gente joven cantando sin concesiones, porque no es un arte fácil.

-La fusión y la apertura a otras música han ayudado.

-Claro; muchos lo han descubierto gracias a gente como Ketama o Raimundo Amador. Pero, para mí, el flamenco es un arte con un toque, un compás, unos cantes y unos bailes que no admiten etiquetas porque el flamenco de verdad sólo hay uno, es un arte único que nunca se aprende del todo.

-Su imagen joven y moderna choca con el rigor y la sobriedad que demuestra en directo.

-Cada uno tiene su personalidad, y eso se refleja tanto en la vida diaria como en la forma de cantar. Pero no soy una persona cerrada, creo que a veces son necesarias las influencias ajenas para reafirmarte en tu carácter. Mi personalidad responde a la de una joven de 25 años que trata de prepararse y adaptarse a su tiempo.