LA COLUMNA

Zapatero, el encantador de serpientes

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Las serpientes no se yerguen fascinadas por la música del flautista. No lo hacen por la simple razón de que son sordas: se guían por las vibraciones en el aire que producen los sonidos y los movimientos. Su sentido más desarrollado es el olfato, que reside principalmente en la lengua y por eso la proyectan hacia delante cuando cazan. Pueden también sentir las vibraciones en el suelo a través de su vientre. Pero no pueden oír. Por eso no se tranquilizan por la música de la flauta, sino por el movimiento suave del instrumento en manos del encantador y, sobre todo, por el tintineo de las monedas en el platillo de la recaudación. Siguen los movimientos con la cabeza, aparentemente hipnotizadas. Pero lo que hacen en realidad es disponerse a captar mejor las vibraciones que en el aire producen los objetos que se mueven.

A los políticos les encanta que les llamen encantadores de serpientes. Hacen como que se enfadan pero se sienten felices porque, de entrada, se reconoce públicamente que los adversarios a los que seducen son auténticas serpientes; segundo porque usan su habilidad para salir indemnes de las mordeduras venenosas. Alcibíades, uno de los ciudadanos más notables de la democracia ateniense, discípulo de Pericles, poseía una notable capacidad de seducción, y sabía utilizarla en su provecho para granjearse el favor de las masas y de los poderosos. Fue el primer político al que los ciudadanos llamaron encantador de serpientes hace veinticinco siglos. Así calificó Manuel Chaves a Fidel Castro tras su viaje a Cuba en 1997. Y la gente empezó a llamárselo a Felipe González hace un cuarto de siglo. Y encantador de serpientes vamos a tener que llamar en adelante a Zapatero después de haber seducido a Artur Mas, amansado a Carod Rovira y preparado la flauta para redondear la faena con Maragall. Sólo que conviene recordar que las serpientes son sordas y el sonido que mejor detectan es el de las monedas. Esas sí que producen buenas vibraciones.