Cartas

Un revés inesperado

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Desde que tengo uso de razón, puedo decir que me he criado con el enfrentamiento entre israelíes y palestinos y nunca he hallado una solución. Siempre recordaba ese conflicto y crecí con él comparándolo con lo que sucedía en España con la banda terrorista ETA. Ya sé que no tiene nada que ver, pero el paralelismo lo establecía por lo difícil que era su solución y por la de almas inocentes que se marchaban, mientras otros pobres se quedaban entre nosotros llorando a sus muertos.

Por desgracia, en Oriente Medio la violencia terrorista va mucho más allá que la de la supuesta banda pro-independentista, porque el número de personas que han perdido la vida a lo largo de estos años se vuelve incontable. Además, cada vez que llegaba un político con ideas más o menos reformistas, los fanáticos acababan con su vida, demostrando, una vez más, que su única forma de tratar de imponer su razón era precisamente perdiéndola.

He conocido a Shamir, Rabin, Netayanhu y ahora Sharon. Frente a todos ellos esa figura mítica, la de Yaser Arafat, convertido en el defensor de las causas perdidas del pueblo palestino. Precisamente, su muerte propició las primeras dudas sobre la continuidad del inacabado proceso de paz en la zona, pero la llegada de nuevos líderes, como Abú Mazen, inauguraba una nueva etapa, que tenía entre sus puntos culminantes la histórica retirada de las tropas israelíes de la conocida franja de Gaza. Y digo conocida, porque no había día que no se haya hablado de ellas en los telediarios aunque yo no sepa exactamente muy bien lo que es.

En estos meses atrás los enfrentamientos han cesado, salvo contadas excepciones de aquellos que siguen teniendo el odio metido en sus cuerpos porque la violencia de antaño afectó a algunos de sus seres queridos. En esta tesitura de aparente tranquilidad, el primer ministro israelí cae enfermo, con toda la carga que eso tiene, tanto a nivel personal por lo que supone el deterioro progresivo e imparable de su estado de salud, como a nivel de reorganización, porque para muchos el otrora criticado primer ministro había conseguido encauzar la situación y, pese a no contentar a todos porque eso es imposible, al menos había conseguido aplacar determinadas iras. Mientras escribo estas líneas Sharon se debate entre la vida y la muerte y, como ocurrió hace poco más de un año con Arafat, ya se habla de posibles sustitutos. Ojalá que el esfuerzo de meses atrás no quede en saco roto.

Luis Díaz Gómez. Cádiz