Javier Rubio - CARDO MÁXIMO

Relatos de la normalidad

La columna va de tres noticias que no han llegado a ver la luz por ser el relato de lo cotidiano

Javier Rubio
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A la mesa del periódico llegan cada día decenas —cuando no centenas— de informaciones. Pero, ay, tan sólo unas pocas elegidas pasan ese cedazo y se ganan su lugar al sol de la mañana mientras una inmensa mayoría se queda por el camino, despeñándose de las mesas de redacción a las papeleras, donde duermen para siempre el sueño de los justos. La columna de hoy va de tres noticias que no han llegado a ver la luz porque no han acreditado suficiente entidad: son el relato de lo cotidiano, demasiado habitual para ser noticia, demasiado repetido para constituir novedad y demasiado extendido para ser únicas.

A M. le atrasaron más de cinco horas un vuelo con una compañía de bajo coste entre Gerona y la isla de Cerdeña a finales del año 2014.

De vuelta en su casa de Sevilla, se adhirió a una plataforma que prometen pleitear contra las aerolíneas por los perjuicios ocasionados a cambio de un porcentaje de la indemnización que corresponda en los tribunales. Se unió a la demanda por internet, envió la documentación que le exigieron y esperó pacientemente la fecha del señalamiento para la vista oral de su demanda de reclamación de cantidad, según lo establecido por el Tribunal de Justicia de la UE. El Juzgado de lo Mercantil sevillano acaba de hacerle llegar la citación estos días primeros de 2016. Su reclamación se verá en septiembre… de 2019. Los 250 euros que exige, si el tribunal se los concede, llegarán casi cinco años después de que el avión lo dejara tirado en el aeropuerto. Lo terrible es que resulta tan cotidiano que ni siquiera es noticia.

E. tenía gestiones que hacer en el cementerio de San Fernando. Empeñado en descubrir la genealogía familiar, acudió a las oficinas del camposanto la semana pasada para tratar de encontrar el enterramiento de un abuelo. Después de rellenar el formulario con el bolígrafo amarrado con guita a la mesa de metal, vio su gozo en un pozo: como la inhumación había tenido lugar antes de 1950, última fecha digitalizada, la consulta debía hacerse cotejando los libros de sepultura pero el funcionario que se encargaba de tal menester hacía dos semanas que se había jubilado y no estaba prevista su sustitución. Quizá con un poco de tiempo y un mucho de voluntad, algún administrativo pudiera hurgar en los libros para encontrar el dato que precisaba.

La cuñada de F. necesitaba de un certificado de defunción en el Registro Civil. La cola de espera no la arredró, ni tampoco las dos horas y media perdidas con el sistema operativo caído sin poder hacer nada, pero cuando le expidieron el documento oficial, comprobó un error en el apellido del finado. Vuelta a guardar turno para corregir la consonante que se había colado en el apellido. Vuelta a peregrinar de ventanilla en ventanilla hasta que dieron con la solución: «Vuelva usted otro día a recogerlo corregido». Y lo peor es que ni siquiera será noticia.

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