Manuel Contreras

Pedir dinero

Para pedir dinero, Kichi ha tenido que pasar por el aro del sistema y recurrir a los bancos. Y ahí le estaban esperando

Manuel Contreras
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El alcalde de Cádiz no tiene quien le preste. José María González, Kichi, llegó a la Alcaldía en loor de multitud con un discurso rupturista y gracietas diversas detinadas a ganar el aplauso del respetable radical. Lo primero, quitar el retrato del Rey de su despacho y sustituirlo por el del líder anarquista Fermín Salvochea, su referente político. Kichi, a quien no conozco pero que debe ser un tipo listo, ha sabido trabajarse su imagen y en solo tres meses se ha convertido en un personaje nacional a fuerza de personarse en desahucios, recibir a las autoridades militares en mangas de camisa o hacer asambleas callejeras, todo ello con su mochila podemita a la espalda. Kichi debe estar ya pisándole los talones a su jefe Pablo Iglesias en cuestión de popularidad, en parte por sus ocurrencias y en parte por su sello gaditano, porque un radical de Cádiz tiene un pedigree histórico que no tiene uno de Vallecas, se ponga como se ponga Iglesias.

Pero el problema de Kichi, y ahí radica otra diferencia entre el alcalde gaditano y su jefe, es que tiene que gobernar. No le basta con el palabrerío pseudobolivariano que tanto seducía a las tertulias de Atresmedia cuando subía puntos del share. Kichi tiene que pagar sueldos, liquidar facturas y echar gasolina a los camiones de la basura, y se ha encontrado con el monedero -el municipal, no el dimitido de su partido- con telarañas. Como todos los alcaldes, vaya. Kichi reaccionó amenazando con echarse al monte y no pagar las deudas, pero al final ha tenido que hacer lo que todos, pedir dinero. Para pedir dinero, también como todos, ha tenido que pasar por el aro del sistema y acudir a los bancos. Y ahí le estaban esperando.

Diecinueve bancos, diecinueve, le han dicho a Kichi que si quiere un crédito espere sentado. No ha trascendido si el rechazo ha sido acompañado de pedorretas o algún otro gesto despectivo más grave. Diecinueve noes como diecinueve soles. Uno no sabía ni que quedasen todavía diecinueve bancos en España: pues todos han dicho a Kichi que nasty, en una suerte de vendetta crediticia.

El problema es que la ristra de calabazas a Kichi cierra las puertas financieras a la ciudad con más paro de Europa. Mientras que los banqueros miran para otro lado cuando el alcalde aporrea sus puertas, en la ciudad se espanta aún más a las inversores y se abre el riesgo de que dejen de funcionar servicios básicos. Esta es la primera lección que deberían aprender los alcaldes de Podemos: estar en un ayuntamiento no es como estar en una asamblea de la facultad. No se puede jugar a ser antisistema cuando tienes que vivir en el sistema. Ser alcalde es una grave responsabilidad en la que hay que medir cada palabra, cada gesto, porque está en juego la calidad de vida de muchas familias. Y todos esos vecinos que le palmeaban la espalda acabarán reprochándole que con su palabrerío futil no se come.