PÁSALO

Los lunares de tu camiseta

En la foto del Revuelta en el campo del Puerto solo faltaba George Best

Pepe Luis Siete Revueltas, a la derecha, con «Joseliqui» y Francisco González Valverde, «Paquito Fiestas», hermano del actor Máximo Valverde ABC
Felix Machuca

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NO se bloqueó la centralita, para qué vamos a manosear la guasa, pero tampoco es mentira que muchos de ustedes, admirados por la estética de tablao flamenco que portaba Pepe Luis Siete Revueltas, Joseliqui y Francisco G. Valverde en la foto que ilustró el pasado sábado mi Reloj de Arena, habéis pedido más datos sobre el acontecimiento. La foto valía un Pulitzer de la Sevilla que se fue. Y se tomó en el antiguo campo del Puerto, tras una noche muy trabajadita de los comparecientes. El testimonio gráfico nos muestra en todo su esplendor a un tridente de inalcanzable gloria mundana. Solo faltaba aquel George Best que se autorretrató cuando dijo: «En 1969 dejé las mujeres y el alcohol. Fueron los veinte minutos peores de mi vida.» El del Manchester United, aquel quinto beatle como le conocían, no hubiera desentonado en absoluto en la foto. Por el contrario, habría elevado su graduación…

Si se fijaron en los pies del Revuelta, calzaba zapatos de calle con calcetines de vestir, heterodoxo hasta las cachas, para competir en aquel torneo que se jugaba en la Sevilla de entonces entre distintas tabernas. El que ganaba se premiaba con una larga consumición de válvula en la taberna perdedora. Hubo bocoyes que se vaciaron para siempre como el Tamarguillo. La camiseta parecía inspirada en un traje de flamenca de Roney. Y hablaba de un equipo que nunca se rendía en las barras de los bares y ante el fragor gallero de las guitarras. Manque perdieran lo que no tenían. En este caso, Pepe Luis, ya por entonces unido en alborotado romance con Juana Hearst, la nieta del magnate americano de la prensa, siempre tuvo mucho que perder. Pero no le importaba en absoluto. Quizás porque las acciones más caras no te las brinda nunca la bolsa de valores, sino la vida. Y Pepe Luis la vivió como le dio la gana, con esa impostura monárquica que te da saber que está por encima de la tiranía del parné y de los elefantes económicos. Una vez, invitado con otros amigos en la casa de un aristócrata local, le sacaron un viejo y valioso libro sobre Cuba. Con el libro en las manos, nuestro patricio le hizo un comentario cargado de despecho histórico a Pepe Luis. Fue algo así: la mujer con la que sales es nieta del hombre que nos hizo perder Cuba... Sin inmutarse, le contestó: Don Luis, yo no puedo quejarme. A mí me está tratando divinamente bien el abuelo de Juana… Como se sabe Williams Randolph Hearst fue el instigador mediático de la guerra hispanoyanqui utilizando las peores artes y patrañas por medio de su imperio periodístico.

Tampoco quiero arrumbar en el olvido otra genial salida de Pepe Luis, que por razones de espacio no pude contarles la pasada semana. Asistía maqueao con la elegancia triste de los velorios a una misa de difuntos. Varios bancos más atrás estaba sentada la Anselma, ya por entonces administradora de un potente chorro de voz. Preocupada como estaba por las cosas que comentaba Sevilla sobre la volcánica relación de Pepe Luis con la Juana, le preguntó con la voz sin afinar, muy grave y casi de tómbola: ¿Pepe Luis, dónde está la americana? Y Pepe Luis, tan frío como el hielo de sus cubatas y tan elegante como las chaquetas que le había regalado la yanqui, dijo: en el tinte, la tengo en el tinte… A aquel burlador de Sevilla, experto en refrescar manzanilla y calentar alcobas con la mecánica de su instrumental, lo vi por última vez en una pequeñísima tienda de artesanos camiseros que abrió en Teodosio. Por entonces ya estaba de recogida, con una hoja de servicios a la noche más golfa absolutamente brillante. Cualquier tiempo pasado nunca fue mejor. Pero el de aquellos admirados sinvergüenzas no estuvo mal. Pero nada de mal…

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