Manuel Contreras

Escuelas de odio

En España hay 98 mezquitas salafistas y a nadie le inquieta. Pero como salga un cura por peteneras, lo corren a gorrazos

El interior de la mezquita Annour de Ripoll EFE

MANUEL CONTRERAS

Hace unos meses se formó un gran revuelo en España por unas declaraciones del obispo de Córdoba en las que aseguraba que «la ideología de género es una bomba atómica». La izquierda arremetió contra el prelado, poco amigo de la corrección política -ya había calificado de «aquelarre químico de laboratorio» la fecundación in vitro-, con una campaña social y mediática que incluyó una carta al Papa solicitando su destitución. La Fiscalía de Córdoba abrió diligencias contra el religioso por un presunto delito de incitación al odio y la opinión pública acorraló al obispo como si fuese un peligro social.

Me parece saludable que la sociedad -o al menos la parte de la sociedad que se sienta vulnerada- demuestre este celo cuando considere que un religioso saca los pies del plato. Pero esta actitud fiscalizadora contrasta con la pasividad social y política ante los mensajes que se difunden cada día en las mezquitas españolas. Las palabras de un obispo católico contra la fecundación in vitro se consideran una tropelía inaceptable y las arengas de los imanes musulmanes no despiertan la menor preocupación, a pesar de las probadas conexiones de algunas mezquitas o madrasas con movimientos radicalizados. En España hay 1.264 lugares de culto islámico, y de ellos 98 tendrían vinculaciones con el salafismo. La mitad, unos 50, se encuentran en Cataluña. Nadie sabe lo que se cuece en ellas, y a nadie le inquieta. Pero como salga un cura por peteneras, lo corren rápidamente a gorrazos.

Más allá de sus grupúsculos extremistas, la religión islámica tiene la complicación de que, a diferencia de la católica, carece de una jerarquía que controle los mensajes de las mezquitas. Hace unos días, un sacerdote arremetió contra la alcaldesa de Barcelona en una misa y -tras el consabido e inmediato escándalo- el Arzobispado de Madrid le corrigió en cuestión de horas. En el mundo islámico el imán tiene libertad para transmitir la palabra de Mahoma como estime oportuno sin que nadie le repruebe. La propia Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas ha denunciado la falta de preparación de gran parte de los imanes y el «absoluto descontrol» sobre su actividad. En países como Francia o Bélgica se han impulsado sistemas oficiales de formación de imanes para frenar el fundamentalismo, pero en España no hay el más mínimo filtro.

Es evidente que en la gran mayoría de las mezquitas españolas se predicará su fe sin alentar ningún ánimo yihadista, pero la realidad demuestra que algunas de ellas pueden convertirse, como ocurrió en Ripoll, en escuelas de odio. Centros sin control alguno donde el imán puede reclutar adolescentes inmaduros e inocularles un veneno asesino. Resulta sorprendente que el Gobierno catalán no levantase un dedo al respecto. Quizás tras tantos años fomentando la aversión a lo español, el concepto de una escuela de odio ni siquiera suponía una distorsión en su paisaje.

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