Banderas sin honor

Ya tenemos bastante con la basura que estercola nuestra convivencia

Felix Machuca

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La Unión le ha concedido a un buen puñado de playas andaluzas la bandera verde que, en este asunto, es como una medalla al mérito, un reconocimiento al buen estado de esas marinas de nuestro colmatado litoral. Son aptas para el baño y el descanso. Para el disfrute y el relajo. Sin que medien desagradables sorpresas para los bañistas por las aguas malas, que no siempre son las carabelas portuguesas. Al parecer, según la exigente normativa europea, ni en nuestras arenas hay sarna escondida, ni en nuestras aguas flotan, ingrávidas y solemnes, las vigas intestinales de una digestión abundante. Los mojones para las carreteras. Que a la deriva, por nuestras playas, solo avanzan a favor de corriente las pateras y los bañistas. Esas banderas verdes son, como su color, indicativo de cierto grado de civilización pública, ocupada y preocupada por mantener una de nuestras fábricas turísticas más productivas en perfecto estado de sal y sol. Pero hay un problema. Siempre lo hay. Y es que además de esas meritorias banderas verdes, los andaluces, muchos andaluces, nos merecemos la bandera negra del pirateo de las buenas costumbres. ¿Se han parado a mirar cómo queda una playa tras un fin de semana multitudinario?

Hay tanta basura esparcida entre la orilla y el muro del paseo marítimo que habla por sí misma del grado tan despreciable que tienen nuestras costumbres colectivas. No es solo que dejemos basuras en nuestras playas para que ondee sin rubor la peor bandera que uno puede tremolar. La bandera de la dejadez, el abandono y el tribalismo. Es que en cualquiera de esas otras citas colectivas, a la que nos lleva de la mano el calendario festivo de nuestras celebraciones más intensas, la mierda siempre aparece como testigo de que por allí pasó una legión de bárbaros ciudadanos peleados todos con la consideración pública. Nunca se cae del cartel. Siempre acude a la cita con puntualidad e intensidad. ¿Hace falta recordar cómo queda una calle tras el paso de una procesión a la que se la podría rastrear por el reguero de basura que dejamos antes de que la haga desparecer Lipasam? ¿Es necesario sacar a colación cómo se masacra la urbanidad callejera en los barrios cercanos a la Feria durante los días que dura la fiesta? El cirio alumbra nuestro desdoro. San Patricio bendice nuestra incivilidad. Y las playas certifican que somos el mejor amigo de la gaviota. No la de Alberti ni la de Casado. Sino esas que en bandadas de susto, como aquellas que atacaban la cabina de la película de Hitchcock, se posan sobre la arena del ocaso para limpiar la mierda que dejamos de recuerdo. Pura ecología sostenible...

En los pasados mundiales celebrados en Rusia vimos ejemplarizantes actuaciones de aficionados que, tras el partido, dejaban los desperdicios de una tarde de pasión pelotera en las papeleras. Las papeleras no son objetos de adornos. Sirven para que dejemos en su barriga el melón que no comimos, la tomatada del aliño de caballas que no devoramos y los dodotis del niño que dejó sobre ellos los restos de su indudable humanidad. Las papeleras sirven para echar lo que no se debe tirar sobre la arena, sobre el asfalto o sobre el albero. Pero aquí somos entusiastas de la mierda. Y entendemos que somos más libres y ciudadanos conforme más basura dejamos donde no se debe dejar. Solemos encontrarnos limpio la parcela que colonizamos el sábado o el domingo en el litoral. Pero lo dejamos como una cochinera. Como una zahúrda que radiografía la especie animal que nos gobierna. Espero que sepan disculparme el tono higiénico de este artículo. Que parece una clase antediluviana de las que nos daban nuestros profesores de urbanidad y conducta. Algo de aquello se me quedó. Y trato de que alguno de los nuestros también lo entienda. Ya tenemos bastante con la basura que estercola nuestra convivencia como para que también la compartamos con la sombrilla de al lado….

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