Opinión

La lata de sopa de tomate

Una de las cosas que más me molesta es que destrocen el patrimonio cultural y artístico de cualquier país

Patricia Gallardo

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Cuando leí la noticia de que dos activistas ecologistas arrojaron el contenido de dos latas de sopa de tomate, de una conocida marca por cierto, a un cuadro de Van Gogh en Londres, me horroricé.

Una de las cosas que más me molesta es que destrocen el patrimonio cultural y artístico de cualquier país. Cuando leí más a fondo la noticia, la causa por la que protestaban me pareció totalmente lícita, empaticé con ellas hasta cierto punto, pues es cierto que la crisis del petróleo está afectando a muchas personas, sobre todo a los más desfavorecidos como siempre.

Me llamó la atención que no protestaran por cosas absurdas o lejanas a su entorno, como suelen hacer muchos activistas amparados en el estado de derecho de sus naciones democráticas. Ojo, que cada uno que proteste por lo que quiera, pero solo digo que hay unas cosas más fáciles de protestar que otras.

Con lo que no estoy de acuerdo es con la forma de hacerlo, qué sentido tiene atacar una obra, que habría sido insustituible de haber llegado la sopa de tomate a su objetivo. Así pues, ya que le echaron valor para meter dos latas de sopa de tomate (que bien podrían haber sido dos cócteles molotov y ya sí que se hubiera liado parda) en la National Gallery de Londres, podrían haber buscado los plomillos y dejar sin luz por unas horas varias salas, ahí hubieran ahorrado un poco de energía, esa de la que se quejan de su derroche.

Las reacciones ante la noticia han sido dispares, en su mayoría condenables, pero otras de apoyo, como ya he dicho, por el trasfondo de la protesta. De hecho leí por mis redes una opinión que decía que, en vida, Van Gogh solo vendió un cuadro, que estaba medio loco y que no se iba a alterar porque le tiraran sopa de tomate a uno de sus cuadros protegido por un cristal de cinco centímetros, que vaya exagerados que éramos «el mundo mundial» que no había sido para tanto.

Quise pensar: «Bueno, es verdad, al cuadro no le ha pasado nada finalmente», pero «¿y si, sí?» El arte, en todas sus facetas, es una de las cosas que nos definen como humanos, nos hace desarrollar en pensamiento abstracto y las relaciones sociales y emocionales, por lo tanto nos aleja de nuestro lado instintivo-salvaje.

Si destruimos el arte, destruimos nuestra identidad como persona y como sociedad evolucionada, y no nos queda más remedio que dar un paso atrás en el devenir de la humanidad. Por ejemplo, todos los regímenes totalitarios o extremistas atacan a la entidad cultural de sus oprimidos, en el caso de los nazis por ejemplo, fue la quema de libros, más recientemente, allá por el 2001, los talibán destruyeron los colosos de Buda esculpidos en entre los siglos III y IV que se encontraban en la ciudad de Bamiyán (Afganistán).

Como sigamos así, esto tiene visos de convertirse en una «Neo Edad Media», ya que tenemos casi todas sus características: Pandemias, ignorancia en el pueblo llano (como ya expliqué en la columna de semana pasada; «Estudiar o no estudiar»), el poder y la información mundial en manos de unos pocos, tales como: Grandes corporaciones y fortunas, CEO de telecomunicaciones y redes sociales, magnates de la energía (fósiles y renovables)… que se comportan cuáles reyes con sus reinos buscando un imperio. ¡Si hasta los viajes al espacio se van a privatizar! y todo eso, con conflictos armados alrededor del globo. Así que cuidadito, que de la otra nos costó salir mil años y con muchos tropiezos. Focalicemos, y hagamos que la Ilustración haya merecido la pena.

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