Opinión

La era de las mentes dispersas

El ser humano está configurado para cambiar el foco de atención con facilidad

Nico Montero

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Érase un hombre a una nariz pegado», escriba Francisco de Quevedo parodiando la nariz de Luis de Góngora. Hoy podría ser: «Érase un hombre a un móvil pegado». El ser humano está configurado para cambiar el foco de atención con facilidad. Es algo que garantiza su supervivencia desde el origen de la especie. Al principio, los estímulos provenían de la naturaleza, y eran más lentos. La corriente del río. El vuelo de la mariposa. En la modernidad, todo empezó a ir más deprisa. En la era digital, todo se ha acelerado vertiginosamente. El móvil es un artilugio maravilloso que pone el mundo al alcance de nuestra mano, pero en ese objeto que ha transformado nuestra forma de vivir pululan toda clase de aplicaciones que reclaman nuestra atención con una capacidad de conquista imparable.

Ha pasado a ser una parte cada vez más importante de nuestras vidas, no solo porque es una herramienta de trabajo, que también, sino porque es lo que usamos para comunicarnos, navegar, entretenernos, y poner en juego un sinfín de utilidades cotidianas. Pese a sus bondades, el abuso del móvil genera un deterioro considerable en la capacidad de concentración, la cual se va reduciendo de forma progresiva. No en vano, algunos lo califican como «arma de distracción masiva».

Seguramente esto nos pase a más de uno. Estás tranquilamente en el sofá disfrutando una serie y, sin darte cuenta, te ves navegando por Instagram ojeando las historias de tus amigos o echando un vistazo a Whatsapp. ¿Cómo ha llegado el móvil a mi mano? Ha sido instintivo. La concentración que tenía puesta en la televisión se ha desviado por completo porque el móvil se ha iluminado o porque, simplemente, algo dentro de mí se ha dejado llevar por un hábito que se realiza inconscientemente y de manera involuntaria.

Muchos adultos y niños comparten la idea de que cuando enviamos mensajes de texto o estamos monitoreando los perfiles de redes sociales mientras trabajamos, seguimos siendo productivos, como si pudiéramos hacer malabarismos con todo a la vez. Tener varias fuentes de tecnología a nuestro alcance en todo momento es garantía de una probable reducción en el rendimiento y la productividad.

En la era del 'homo mobilis', hemos favorecido una mente que salta de una cosa a la otra, que va y vuelve, que hace que cada vez nos interrumpamos más los unos a los otros por la incapacidad de mantener la atención en lo que el otro nos está diciendo. Tendemos a perder capacidad de atención sostenida, de concentración. Y la atención sostenida, la profundidad, es la que da pie a ideas novedosas, a la creatividad. Al fin y al cabo, todos los logros intelectuales del siglo XX requirieron de una atención profunda y de una gran capacidad de abstracción y transcendencia.

Hay marcha atrás para la debacle de la dispersión. El cerebro es un órgano que se adapta constantemente, que se puede reeducar. Hay que desaprender ciertos hábitos y articular acciones liberadoras, como permitirnos el sacrilegio de llevar el móvil en modo silencio alguna vez. Darnos el gustazo de desactivar las notificaciones que aparecen en pantalla para que las alertas no nos interrumpan una y otra vez en la tarea que estemos llevando a cabo. No dormir junto al teléfono para no acostarnos y levantarnos con él. No consultarlo mientras comemos. No atender llamadas de quien no está conmigo cuando estoy conversando con otra persona en ese instante. Aparcarlo un poco durante el fin de semana y también en las vacaciones. Necesitamos una tecnología al servicio del ser humano y no una que secuestre nuestra atención y que se rija por la lógica de los intereses creados por otros. Desmovilízate de la dispersión

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