José Manuel Hesle

El viejo paradigma

Anda que no es difícil cambiar cuando llevamos tanto tiempo cogiendo por la misma vereda

José Manuel Hesle
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Anda que no es difícil cambiar cuando llevamos tanto tiempo cogiendo por la misma vereda. La mayor parte de cuantos residimos aquí, a la vista de los últimos datos del INE, o lo que es igual, quienes pasamos de los cincuenta, mamamos consignas tan incuestionables por entonces como el valor del sacrificio individual en la batalla por ser el primero, la importancia de ir a lo tuyo e ignorar las razones de los demás. De cuidar las apariencias para conseguir el esperado triunfo. Nos abocaron así al desarrollo de habilidades conductuales basadas en la adulación del jefe y la deslealtad para con los iguales. Al más vale solo que mal acompañado. Al sálvese quien pueda. Nada más alejado de las actuales tendencias orientadas a favorecer la detección de las necesidades desde la visión compartida de Marchioni, promover la escucha activa de Rogers, buscar las alternativas tirando de la inteligencia colectiva de Lévy o facilitar la cooperación social mediante el trabajo en red de Barnes.

Está claro que caminamos hacia un nuevo paradigma, un nuevo patrón de comportamiento, en sustitución de aquel otro que condicionó el modo de relacionarnos y tomar las decisiones durante décadas.

La solicitud de ayudas para Estrategias de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado (EDUSI) convocada por la Unión Europea motivó que el Ayuntamiento citara a finales del mes de diciembre a los agentes sociales de los barrios de La Paz, Guillen Moreno, Segunda Aguada, Cerro del Moro, Loreto y Puntales. Debía incluir en los formularios sus opiniones respecto a las problemáticas que afectan a sus respectivos ámbitos de actuación. Los asistentes coincidieron en señalar al paro y la exclusión social como lacras comunes. Sin embargo, poco o nada se aportó en relación con la solución definitiva del más endémico de los males que soportamos. Casi toda la energía terminó focalizándose en la petición de más medios para paliar sus efectos (reparto de alimentos y material escolar, pago de recibos o cuotas de alquiler). Ya sé que la situación de emergencia que afecta a un alarmante número de familias gaditanas no admite tregua y reclama sin demora un plan específico que mitigue la desigualdad y el sufrimiento. Pero a la par y sin perder un solo instante es necesario determinar el tipo de ciudad por la que vamos a apostar. La actividad económica que, relacionada con nuestras múltiples potencialidades, entendemos capaz de generar el empleo que precisamos. Saber a qué nos vamos a dedicar permitirá adelantarnos en la capacitación de nuestros jóvenes para que puedan emprender o integrarse en las futuras empresas. Tendremos que asumir también, como concluye el diagnóstico recientemente presentado por Plan C, que el nulo o ínfimo nivel educativo de un elevado número de gaditanos es el principal obstáculo para su inserción laboral. No hay otra que sentarse a reflexionar juntos. Es justo aquí donde encontramos los gaditanos la principal de nuestras debilidades y, por tanto, donde tenemos que poner el mayor de los empeños. Lo que se haga en los depósitos de tabaco, en los solares vacios de Puntales o el uso que demos a los viejos edificios abandonados debe ser el resultado de compartir conocimientos e inquietudes.

Hace bien el Ayuntamiento en promover la apertura de espacios participativos y procesos deliberativos previos a la adopción de acuerdos o normativas, como los celebrados no hace mucho en torno a las personas sin hogar y a la cultura. Sin embargo, lo complejo está en conseguir involucrar a una población poco habituada a participar y que, en una considerable proporción, piensa que quienes lo hacemos algo sacamos, perseguimos o escondemos.

El viejo paradigma, que no solo continúa vigente en el proceder de más de uno, sino que marca estilo hasta en el mismísimo salón de plenos.

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