IGNACIO MORENO

Talento frente al lamento

Son muchos los que se han esforzado en adquirir una formación y, tras intentarlo aquí, se han hartado

IGNACIO MORENO
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No sólo hay dos Españas. No. Hay dos de casi todo. Dos Cádiz también, por supuesto. Dos juventudes gaditanas, en este caso. Una, la que se pasa la mañana en un banco junto a la playa de Barbate o de Sanlúcar a la espera de que llegue el esbirro de cualquier narco local a ofrecerles un alijo de hachís el viernes por la noche. Tres mil euros fáciles y hasta la próxima. O la que se escaquea de las clases del Instituto para fumarse un ‘algo’ en los bloques y se encuentra un cadáver humano. Y lejos de impresionarse, lo graba en vídeo con una frialdad espeluznante para pasarlo por ‘wasap’ antes de dar aviso a la Policía. Imposible dejar escapar la oportunidad de disfrutar de su minuto de fama.

Tienen anécdota para rato. Al menos ellos aún van al Instituto. Otros ‘coleguitas’, a esa edad, ya están reventando actos por ahí exigiendo una casa. O un trabajo, pese a que no tienen ni la más pajolera idea de hacer nada, de aportar nada a la sociedad, a su ciudad, a su provincia. A excepción de chistes y estupideces a través de las redes sociales.

Pero afortunadamente hay otro Cádiz. Otra realidad de la juventud de la provincia. Son muchos los que se han esforzado en adquirir una formación y, tras intentarlo aquí, se han hartado. Con razón. Se han pirado lejos a buscar un futuro. No cabe la crítica. Sólo confiar en que les vaya muy bien y algún día puedan volver a cotizar aquí.

Y hay, existen por increíble que parezca, un buen número de jóvenes gaditanos que no sólo se han esforzado en abrirse camino. Si no que además se han empeñado en hacerlo en su tierra. Con un par de genitales masculinos o femeninos bien puestos. Buen ejemplo de ello tuvimos las casi doscientas personas que asistimos el jueves pasado a la entrega de los premios que otorga la Asociación de Jóvenes Empresarios de Cádiz. Todos y cada uno de los candidatos merecían ser premiados. Abrumadora la lección, que personalizaré en el propietario de una de las dos empresas ganadoras, Xerintel, dedicada a desarrollo web. Alberto Alcántara se llama el gachó. Allí, desde un atril y como quien no quiere la cosa, nos contó cómo a los 18 años –mientras otros fuman porros en los bloques del Campo del Sur– él decidió montar su empresa. Y nos contó cómo empezó con tres clientes y ya va por 1.500. Gracias a sus desvelos de madrugada –mientras otros descargan hachís en La Línea– para arreglar problemas a clientes que no entienden de horarios. Y cómo quiere seguir creciendo y generando puestos de trabajo –mientras otros lucen pancartas con faltas de ortografía en cualquier manifestación contra cualquier cosa–.

Existe otro Cádiz. Existen otros jóvenes. En nosotros, especialmente en los gobernantes, está ayudarles. Incentivarles para que no se aburran. No sea que cambien su talento por un cansino lamento.

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