OPINIÓN

Los sueños del arquitecto

Cuando en 1977 se termina el Centro Pompidou, la manera de entender la arquitectura experimenta un enorme sobresalto

Cuando en 1977 se termina en el corazón de París esa máquina alegre del Centro Pompidou, la manera de entender la arquitectura experimenta un enorme sobresalto. La transición desde la solemne monumentalidad de la arquitectura tradicional, tanto la clasicista como la ecléctica, al racionalismo funcional y constructivo del Movimiento Moderno se había producido paulatinamente. Sin embargo, el Beaubourg como también se conoce a esta luminosa pieza de descarada y coherente tecnología, aparece con jubilosa insolencia junto al sereno Marais, el barrio refinado e ilustrado de París que fue Judería, y donde actualmente se encuentra el despacho de Renzo Piano, uno de los autores del edificio que ya es símbolo de la ciudad como la Torre Eiffel. Renzo Piano y Richard Rogers ganaron en 1971 el concurso para la construcción del Centro Pompidou, cuando esta se termina Roberto Rosellini estrena la que será su última película, dedicada al sorprendente edificio. Cuarenta años después, el director español Carlos Saura rueda “Renzo Piano: un arquitecto para Santander”, en la cual narra la historia de Piano mientras planea el Centro Botín. La película de Saura fue reconocida en el Festival de Cine de Valladolid del año pasado.

En tiempos de crisis para el Movimiento Moderno, el Pompidou reivindica y refuerza la modernidad, inspirado en las creaciones de Jean Prouvé, Mies Van der Rohe y las del grupo Archigram. Es el comienzo de la escuela High-tech que lideran Renzo Piano, Richard Roger y Norman Foster, quien también había colaborado en la obra. De entre los tres, me interesa más Renzo Piano (Génova 1937), lo tuve claro cuando visité el Museo de la Fundación Beyeler en Basilea, una obra en la cual todo encaja como en un meccano, como en la construcción naval, como en las máquinas de guerra. Un amigo lo definió de forma sencilla: “oyes, ni una gota de silicona”. Más aún tras visitar el año pasado una exposición sobre su obra en la Royal Academy de Londres. Genial la idea de construir una maqueta de un país imaginario llamado “Royal Academy Island”, en la cual se ubican todos los edificios que configuran la extensa producción de un maestro que en España ha proyectado el edificio Palmas Altas en Sevilla y el Centro de Arte Botín de Santander.

Renzo Piano nació en el seno de una familia de empresarios de la construcción de donde procede su apego a la articulación y a los ensambles; así como su tenaz empeño por innovar y experimentar tiene su origen en el agitado clima que se vivía en el politécnico de Milán donde estudia a final de los años cincuenta y principio de los sesenta. La disciplina ingenieril se la transmite sin duda Jean Prouvé, con quien trabaja en una serie de avanzados diseños al comienzo de su carrera. Imparte clases en la Architectural Association School de Londres donde entabla amistad con Richard Roger y juntos crearon el estudio que gana el concurso del Pompidou, tras una serie de proyectos que no salieron de la mesa de dibujo. A partir de ahí desarrolla una trayectoria propia por la cual muchos críticos le comparan a Mies o Le Corbusier. El aeropuerto de Osaka y el Centro Cultural en Nueva Caledonia en los años noventa le conducen a recibir en la Casa Blanca de manos de Bill Clinton el prestigioso premio Pritzker, de eso hace veintiún años, y desde entonces sigue proyectando con éxito, y navegando en su barco con la audacia del Corto Maltés.

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