Hoja Roja

Las rebeldes hijas de Eva

De todo tuvimos la culpa, por todo teníamos que pedir perdón, detrás siempre detrás, porque en este valle de lágrimas no había sitio para dos

Yolanda Vallejo

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El cerebro no es un órgano sexual, no sé si alguien aún tiene dudas respecto a esto. Y por tanto, como decía Charlotte Perkins, no tiene ningún sentido hablar de un pensamiento masculino y de un pensamiento femenino. O no debería tenerlo, mejor dicho. Porque puede que el cerebro no sea un órgano sexual, pero hay demasiadas ocasiones en las que parece que el ser humano piensa con los gametos –lo digo así por ser elegante y eso; de sobras sabe usted con lo que piensa la mayor parte de la gente– produciendo situaciones tan indeseables como injustas. A todo nos acostumbramos, hasta a dar curso de normalidad y aprobación a dichos como «detrás de todo gran hombre hay una gran mujer» pensando que, con ello, nos sacudíamos el peso del machismo que durante siglos ha movido el mundo. No. No crea que le voy a largar una arenga de feminista militante porque, aunque nada me gustaría más que ser hija de Lilith, tengo que confesar que, desgraciadamente, sigo siendo –como la mayoría de nosotras- hija de Eva.

La educación, la configuración social, el mercado laboral, las políticas y hasta los juegos y la televisión con las que nos hemos criado, no han hecho más que llenarnos la mochila de culpas. De todo tuvimos la culpa, por todo teníamos que pedir perdón, todo era el doble de difícil, para todo teníamos que pedir permiso, todo teníamos que demostrarlo dos veces… detrás, siempre detrás, porque en este valle de lágrimas no había sitio para dos. Y de aquellos barros con los que supuestamente el creador hizo al hombre –y al costillar del que luego nos sacó a nosotras– vinieron estos lodos que han enfangado la historia de las mujeres desde el principio. La historia de las mujeres, y la historia del mundo. Porque hay una historia oficial protagonizada y escrita por hombres y una historia sentimental –véase solo la tercera acepción del diccionario de la RAE– hecha por mujeres que nunca pasarán a los anales porque sus hazañas, sus proezas, sus descubrimientos y sus inventos solo están en la memoria histórica de cada uno de nosotros. Moviendo los ejes del mundo. Desde dentro.

Y desde dentro era un acto de justicia, y no solo de justicia poética, remover los pilares y sacar a la luz a las mujeres que nos precedieron, las que descosieron sus pesadillas y las volvieron a coser transformándolas en sueños para que sus hijas tuviesen un futuro mejor; las que no tuvieron voz porque nunca nadie se paró a escucharlas, las que guardaban las renuncias junto a las cartas de amor que nunca recibieron, a las que nunca nadie cedió el paso porque las condenaron a ir siempre detrás, las que dejaron de mirarse en los espejos para buscarse en las manos de sus hijas, en sus ojos; las que, sin hacer ruido, les dieron las herramientas necesarias para que se rebelaran contra Eva.

Por eso el ‘Memorial a Ellas: que su rastro no se borre’ que con tanto mimo, tanta delicadeza, pero a la vez tanta firmeza y tanta valentía ha reunido la historiadora Alicia Domínguez, es mucho más que un libro; es, como su nombre indica, un «memorial», un lugar de culto, un monumento hecho de carne, hecho de lágrimas y de sonrisas, hecho de vida… La sobrecogedora –y multitudinaria– presentación del volumen recopilatorio, el pasado martes, no es más que una prueba de que en estas cincuenta y cuatro mujeres están todas las mujeres que fuimos, todas las mujeres que somos, y todas las mujeres que seremos, porque mientras que su rastro, sus rostros y sus nombres nos se borren, no nos perderemos por el camino. Las no ya tan desterradas hijas de Eva están llamando a la puerta.

El proyecto de Alicia Domínguez, que comenzó hace casi treinta años, es un acto de rebeldía que, paradójicamente, nos reconcilia con nuestro pasado. Recuperar las historias de las mujeres que tuvieron que lidiar con su destino lo mejor que pudieron, haciendo extraordinario el cotidiano acto de vivir, tiene un efecto sanador sobre el que la cuenta, y tiene, sobre todo, el poder de ajustar las cuentas con la historia. No están, en este volumen, todas las que son, pero sí son todas las que, con su testimonio y con su recuerdo, siguen contribuyendo a que este mundo sea más solidario, más coherente, más justo. Tan solidario como el proyecto editorial que avala a este ‘Memorial’, hecho realidad gracias al mecenazgo de cientos de personas, y cuyos beneficios van directamente a dos asociaciones relacionadas con la igualdad y contra la violencia de género como son Mujer Gades y Páginas Violetas.

Las hijas rebeldes de Eva ya están aquí. Tienen nombre, tienen rostro y sobre todo tienen un lugar propio en el paraíso. La lucha –con las armas del conocimiento y de la restitución– no ha hecho más que empezar, por ellas, por nosotras, por nuestras hijas y por las hijas de nuestras hijas. Por todas las mujeres del mundo. «Tantas veces me borraron, tantas desaparecí… y seguí cantando», como la cigarra de Mercedes Sosa.

Que su rastro no se borre, nunca más.

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