Julio Malo De Molina - ARTÍCULO

Quiñones en La Caleta

Cádiz me regaló la amistad de Fernando Quiñones; la devoción que con anterioridad le profesaba carece de relevancia, un amigo es más que eso

Julio Malo De Molina
CÁDIZ Actualizado: Guardar
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La vida es lo que ocurre cuando estamos con los amigos, todo lo demás es publicidad, como en las películas por la tele. Cádiz me regaló la amistad de Fernando Quiñones; la devoción que con anterioridad le profesaba carece de relevancia, un amigo es más que eso. Cuando le conocí ya sabía muchas cosas acerca del atractivo creador polifacético y había disfrutado con sus programas que mostraron el mejor cante gitano a través en aquella televisión de blanco y negro. Recuerdo la voz mágica de Camarón en uno de sus programas: «Ya se van los marineros «marugaita», con pan de telera». De su época en La Dos habla Javier Parra que fue su director de plató, a quien Fernando decía: «Oye Parrita, lo que te han debido de pegá en el colé a ti, eh!».

A veces se arrancaba por martinetes, uno de los palos «a cappella» del flamenco, como las carceleras o la saeta; como se prodigaba poco decían que no le daba bien al cante. Comentaba esto con una amiga en la Librería Manuel de Falla cuando de repente escuchamos una estupenda voz flamenca, pues para aclarar la duda nuestro sagaz librero Juan Manuel había colocado una grabación de Fernando cantando en 1995, procedente del programa ‘Pretextos’ de Canal Sur.

Había leído unas declaraciones de Borges en las cuales le citaba como uno de los pocos escritores españoles que interesaban al extravagante y genial porteño. Al poco de llegar a Cádiz le escuché presentar un poemario pulcramente editado por Hiperión en 1981: ‘Muro de las Hetairas, Fruto de Afición Tanta o Libro de las Putas’. Si de Borges se puede decir que suyo fue el mundo de las profundas bibliotecas, de Fernando se podría afirmar que habitó muchos mundos, no sólo los señeros lupanares que debió conocer durante su juventud gaditana, antes que la Santa Madre Iglesia forzase a las autoridades del nacional catolicismo, para que cerrasen muy a su pesar aquellos venerables templos del placer que prodigaron la fama de los puertos gaditanos a lo largo y ancho de los siete mares.

La amistad es una planta que nace frágil y crece hasta hacerse robusta sólo si se riega con el vino amargo de la vida. La nuestra cuajó a través de largas conversaciones en La Caleta fabulando ciudades sumergidas, como esa Gades romana cuyos imponentes restos asombraron a los geógrafos árabes. Y durante las veladas en su modesto pisito de la calle Rosario Cepeda en las cuales él disfrutaba recitando a voz alta, pues la poesía recuerda que al principio fue canto; siempre compartidas como en las ceremonias poéticas del Japón ancestral, en las cuales el maestro recitaba los tres primeros versos a los cuales se iban agregando las aportaciones de cada participante. Fernando fue un ingenioso y primoroso artesano del verbo, por eso cultivó con acierto varios géneros literarios: poeta, novelista, autor dramático, crítico; pero sobre todo sabía cultivar ese tesoro que representa la amistad. Nos dejó demasiado pronto, en noviembre de 1998, cuando sólo tenía 68 años. Esta noche en la terraza Quilla de su Caleta inauguramos una exposición de fotografías que es homenaje de algunos de los amigos que dejó, como Rafa Machuca que le ayudaba a recoger desperdicios en la playa, y tres fotógrafos cuya amistad compartimos con júbilo: Pablo Juliá, Kiki y Julio González, junto a otros, hasta completar una selección de 22 imágenes que recogen distintos momentos de una vida feliz, alegre y generosa.

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