Adolfo Vigo del Pino - OPINIÓN

La Pasión según los políticos

Los españoles somos testigos mudos de los episodios de la pasión y sufrimiento de nuestros políticos a la hora de intentar ser investidos como presidente

Adolfo Vigo del Pino
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Hoy podría hablar de numerosos temas que han ido ocurriendo en la ciudad en estos días. Podría hablar del asunto de los huevos, pero de ese tema ya se ha dicho casi todo. También podría hacerme eco de la situación en la que se encuentran esos trabajadores de Delphy que han caído en el Juzgado lo Social número 3 de Cádiz, y que se han visto despojados de su único ingreso económico por una medida cautelar que les hace culpable de los errores de la Junta de Andalucía, y en muchos casos sin haber tenido posibilidad de ser escuchados a través de su abogado, porque, según el Juzgado, el proceso de asignar un letrado del turno de oficio es demasiado largo como para esperar a que se puedan defender sin que se corra el riesgo de perderse el objeto del pleito.

Fíjense que riesgo, el que estos hombres traicionados por algunos políticos cobren su subsidio, y que objeto del pleito, las ayudas que les prometieron y que otros hicieron mal su trabajo a la hora de justificarlos. Pero este tema tendré tiempo de abordarlo más adelante, ya que como la Justicia no es lenta, y ahora menos con el Lexnet -nótese el matiz irónico- los juicios se están señalando para los primeros meses de 2018.

Hoy, por estar en tiempo de Cuaresma, prefiero hacerme eco de la situación en la que se encuentre España a la hora de formar un Gobierno. Y me preguntarán que qué tiene esto que ver con la Pasión de Cristo. Pues muy sencillo. Los españoles somos testigos mudos de los episodios de la pasión y sufrimiento de nuestros políticos a la hora de intentar ser investidos como Presidente.

Mariano Rajoy, cual Pilatos, se lava las manos ante el pueblo, desentendiéndose de la misión para la que la mayoría de españoles lo han elegido, y que no es otra que intentar formar gobierno. Mientras que, en un acto de cobardía política, deja caer sobre los hombros de Pedro Sánchez la pesada cruz de ser el propuesto por Su Majestad Felipe VI como el elegido para la formación del Gobierno.

En estos últimos días, Pedro Sánchez, que ha tomado en sus manos el cáliz para ser presidente de la nación, está siendo duramente azotado por el incansable Pablo Iglesias, que en su papel de sayón romano, no para de castigar al candidato socialista con peticiones absurdas e inverosímiles para poder llegar a concluir un pacto entre ambas formaciones de izquierda y así constituir el nuevo ejecutivo. Para al final, si no llegan a un acuerdo, que todo apunta a que no lo conseguirá, y tras caerse varias veces por el largo camino del calvario en las negociaciones con Podemos y que lo llevará hasta el Congreso de los Diputados, ser crucificado ante un hemiciclo viendo rechazada su candidatura a Presidente. Mientras que alguna presidenta autonómica se juega a los dados la clámide purpura para ser candidata a las próximas generales. Lo que no sabemos, y temo que no será así, es si, en caso de volver a las urnas, Pedro Sánchez conseguirá resucitar a un partido socialista en las horas más bajas de toda su historia.

No sin olvidarnos de que algunos políticos, cuales Judas Iscariote, venden su conciencia y su dignidad a los intereses de unos cuantos a cambio de mucho más de treinta monedas de plata.

Y todo esto ante nuestros incrédulos ojos, y sin que suene ni la más mísera horquilla.

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