Julio Malo de Molina

Los muelles de Cádiz

Con sólo quince años Quiñones se escapaba de casa de su abuela atraído por la magia inagotable de la mar

Julio Malo de Molina
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Dicen que Fernando Quiñones se hizo poeta faenando de adolescente en el muelle de Cádiz. Con sólo quince años escapaba de casa de su abuela atraído por la magia inagotable de la mar que es el ámbito de la aventura y en cuya inmensidad anida la peripecia (del griego ‘peripétia’ o cambio súbito de fortuna): trabajando como portuario tuvo que sentir la audaz tentación de la piratería que luego traslada a sus fabulaciones. El arquitecto portugués y universal Álvaro Siza me cuenta que adora a Cádiz pues sabe y huele a ese océano al que pertenece. Un lugar donde desde hace milenios se alzó una imponente fortaleza para proteger el puerto natural que configura la Laguna Gaditana, ancestral punto de encuentro entre los pueblos sirios y el mundo de los celtas.

Muchas ciudades se han venido sucediendo sobre altos lienzos de piedra ostionera siempre cambiantes para contener las furias de Poseidón. La ciudad que hoy conocemos ocupa el recinto que se construye desde el asalto de la flota anglo holandesa en 1596 y hasta finales del siglo XVIII, con las transformaciones del XIX que la hacen más amable, no sólo por abrir apacibles plazas ajardinadas en espacios antes ocupados por oscuros conventos, sino sobre todo por desafectar de fines militares a: murallas, baluartes y castillos, para entregar al uso y disfrute de los ciudadanos las bellas construcciones que definen el borde marinero.

A comienzos del siglo XX, en el perfil donde las aguas delimitan la ciudad mediante un arco en forma de ballesta, se derribaron sus murallas desde el Baluarte de Santiago hasta la barbacana de San Carlos, para configurar unos muelles modernos, operación que se llevó por delante los Baluartes de los Negros, Santa Cruz y San Antonio; y las Puertas del Mar, de Sevilla y de San Carlos, así como el Muelle del Carbón. Pero hasta hace poco, el espacio portuario se abría a la ciudad y pasear al filo del cantil junto a los barcos constituía uno de sus paseos más amables. Hasta que la Autoridad Portuaria cerró la verja al público, privando a los paseantes del disfrute de unos muelles con vocación urbana y de tránsito de pasajeros; pese a que hoy los puertos de la Bahía ven declinar el tráfico de mercancías por la competencia de Algeciras y Tánger: este año se ha producido la caída de un 15% más en el tráfico de contenedores. Proceso que se ha venido ignorando hasta el punto de efectuar un nuevo relleno, a despecho de la conservación de la lámina de agua propuesta ya por el documento de bases para la ordenación de la Bahía de 1982.

Cádiz precisa una operación de mejora urbana, y ésa bien puede ser la recuperación del puerto ordenando sus usos. Abrir la verja y devolver los muelles a la ciudad, liberando del trasiego de mercancías a San Felipe y Muelle Ciudad, donde el tráfico de pasajeros se puede compatibilizar con otros de interés general, incluso para empresas de tecnologías sostenibles. En el nuevo relleno deben instalarse usos alternativos, tales como: limpieza controlada de residuos marinos, desguace ecológico de barcos, construcción de embarcaciones deportivas. Y sobre todo hay que urbanizar la plaza entre la Estación y los muelles, umbral de la ciudad al mundo y espacio público de extraordinaria belleza, operación retrasada de forma irracional por reparos oportunistas para demoler el edifico que colonizó inoportunamente la plaza en 1959 mediante una tosca construcción carente de interés.

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