TRIBUNA LIBRE

Lo malo

Les propongo una acción para comenzar el año: decir de una vez que «pa fuera lo malo» y demostrar que en la vida «yo no quiero nada malo»

Yolanda Vallejo

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Empieza el año regalándonos un lunes festivo –bueno, festivo lo que se dice festivo sería mucho decir, así que dejémoslo en un lunes no laborable– , lo que además de raro, podría parecer una metáfora, un guiño a aquellos lunes al sol con los que el cine español se rendía a la moda de las profecías baratas que sigue imperando de hace casi dos décadas. «Todo lo que pueda salir mal –decíamos ayer– terminará saliendo peor de lo esperado». ¡Ay! Qué fácil resulta caer en la tentación… ¿verdad?

Por eso, y por si no tiene otra cosa mejor que hacer en este lunes festivo, en este lunes de devoluciones y descambios, le propongo algo. Mejor dicho, le voy a proponer también un cambio. Ya sabe aquello de Galeano, lo de «mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo», pues vamos a ponerlo en práctica. Optimista que se ha levantado una. O harta, como usted. Harta de escuchar siempre lo mismo, de leer siempre lo mismo, de escribir siempre lo mismo, y de decir siempre lo mismo. Hartos de este ritmo slow –lento, para que me entienda– con el que vamos ralentizando la partitura de nuestra banda sonora. Todo va lento, muy lento. Y nosotros, mientras, como notas sueltas, atrapadas en un carril bici con la velocidad tan limitada que a veces no sabemos si vamos o volvemos. Mire a su alrededor; todo es tan previsible como probable. Todo nos suena a lo mismo.

Así que lo mejor será esto, «voy a salir, no más fingir, no más servir»… ¿lo reconoce, verdad? Fue la canción del pasado año, aunque bien podría ser la de este 2019 en el que vamos a tener más de una oportunidad para canturrear lo de «Yo decido el cuándo, el dónde y con quién». De eso se trata, de decir de una vez que «pa fuera lo malo» y demostrar que en la vida «yo no quiero nada malo». Extraña manera de comenzar el año, dirá usted. Pero si lo piensa detenidamente, no son muchas las ocasiones que tenemos de poderlo decir tan claro. Y la ocasión, en este año, y no hace falta que se lo diga, la pintan calva.

Pero, seamos profesionales, que no va esto de niñatas triunfitas ni de reguetón de mercadillo. Planifiquemos y proactivemos nuestra estrategia transformadora, si es que aún tenemos ganas de transformar algo. Apliquemos a la situación actual un DAFO y llegado el caso, también un CAME –queda muy bien lo de la palabrería técnica, pero no se asuste, es lo que llevamos haciendo toda la vida sin saberlo– y definamos las rutas por las que echaremos andar en este año electoral. No es que vaya a servir de mucho, le advierto, pero al menos, se quedará con la conciencia tranquila de que lo intentó.

Verá. El análisis DAFO es más antiguo que una excursión al Tívoli, algo de los años sesenta del pasado siglo, nada más y nada menos. Clásico, dirían algunos. Bueno. El DAFO se compone, como usted sabe, de cuatro casillas, dos de de ‘mea culpa’ y otras dos de «yo no ha hecho». Lo que en lenguaje administrativamente correcto se conoce como «debilidades» y «fortalezas», que son responsabilidad de uno, frente a «amenazas» y «oportunidades» que son, según esta herramienta, el auténtico quid de la cuestión, porque de ellas depende el triunfo de la operación. Y es aquí donde comienza mi propuesta, ¿lo intentamos?

Tengo una debilidad, decía Antonio Machín. Y esta ciudad tiene dos debilidades, usted lo sabe. Una, que somos pocos, y dos, que nos conocemos mucho. Somos pocos porque la población disminuye –otros mil vecinos se nos han ido, casi sin darnos cuenta– y envejece de manera exponencial –además de optimismo, tengo terminitis- y lo de conocernos mucho, es porque el mapa de la ciudad no da para más, y porque a poco que usted haya pasado la frontera de los cuarenta, las posibilidades de conocer a gran parte de la población se multiplican peligrosamente. Frente a esto, también tenemos dos fortalezas, la experiencia en naufragios –resabiados que estamos, después de tanta historia– y, paradójicamente, una ingenuidad genética que nos hace ilusionarnos por cualquier cosa que parezca un regalo, por lo de lo gratis, se entiende.

En el horizonte de este panorama, nos acechan montones de amenazas. El paro, la falta de inversiones públicas y privadas, la escasez de viviendas, el descrédito ante otras administraciones, la dejadez, la procrastinación, la excesiva dependencia del subsidio, el descontento ciudadano… y unas cuantas oportunidades, que no deberíamos dejar escapar. Ahora no se me ocurre ninguna, la verdad, pero seguro que a usted sí, y si no, seguro que al PSOE –que últimamente está de un optimismo como el mío– también se le ocurren.

No era tan difícil el análisis, ¿ve? Lo complicado viene ahora. Aplicarle a nuestro DAFO un CAME, es decir, corregir las debilidades, afrontar las amenazas, mantener las fortalezas y explotar las oportunidades. Lo que viene siendo un «paná». Porque no podemos revertir la tendencia demográfica, ni la económica, y lo de buscar oportunidades lo dejamos para las rebajas, así que no nos queda otra que mantenernos firmes en nuestras fortalezas. Aunque sea como estrategia defensiva, que de cosas peores hemos salido airosos.

Porque no hay mejor defensa que un buen ataque. Y ya le digo que la ocasión electoral, la pintan calva, igual que a la fe, la pintan ciega. Así que una vez que se nos ha caído la venda de los ojos, solo queda interiorizar que, si hay alguna oportunidad de cambio, está en su mano, en nuestra mano. Quizá hay otros mundos, pero como decía Paul Éluard, están en este, y con estos mimbres es con los que tenemos que construir el cesto. Construir una ciudad que no ande siempre contándose las pelusas del ombligo y llorando sobre la leche derramada; una ciudad que deje de mirar atrás, y que apriete el paso por si el futuro llega antes que nosotros. Esa es quizá nuestra única oportunidad.

Lo bueno es que se acabó el tiempo del silencio para los corderos y que ya no tenemos miedo a decir «te toca a ti perder, que aquí ya se perdió tu game; tiro porque me toca a mí otra vez, sólo con perderte ya gané»; lo bueno es que durante medio año vamos a ver cómo esta ciudad se mueve, cómo se concretan proyectos, cómo se resuelven los problemas. Lo bueno es que durante medio año parecerá que esta ciudad se despierta, por fin, de la siesta.

Lo malo es que después de las elecciones municipales, volveremos a dormirnos, y no precisamente en los laureles. Pero esa ya es otra canción.

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