Justo la mitad

Corría el año 411 antes de Cristo y las cosas estaban revueltas en el Mediterráneo Oriental

Antonio Ares

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Corría el año 411 antes de Cristo y las cosas estaban revueltas en el Mediterráneo Oriental. En la antigua Grecia, la Guerra del Peloponeso estaba en su máximo apogeo. Las mujeres griegas, lideradas por Lisístrata, plantearon una sutil estrategia para conseguir la tan deseada paz. Una huelga sin precedentes, solo de mujeres. Se negaron a mantener relaciones sexuales con sus maridos soldados hasta que no pusieran fin a sus bélicos instintos.

Cuando se publique este artículo ya tendremos datos aproximados de los resultados del seguimiento de esta primera huelga feminista convocada en más de ciento setenta países. Se ha planteado como una huelga para reivindicar la necesidad de promover cambios, para conseguir la igualdad real entre mujeres y hombres. No ésa que se legisla a golpe de normativa que después se incumple, sino la que se plasma en el hogar, en el lugar de trabajo, en la visibilidad, en la presencia. Aquella que no distingue ni entiende de género sino que sólo persigue que toda persona sea igual en derechos y deberes. Esta huelga no ha entendido de sectores ni de nacionalidades, no ha distinguido entre estatus social y color político, ha estado al margen de credos y tendencias. Sólo ha perseguido el reconocimiento de esa presencia imprescindible sin la que el mundo no giraría a la misma velocidad. Esta huelga ha sido de carácter social porque además de parar labores incluye huelga de cuidados y trabajos domésticos. En contra de ella los de siempre, los hipócritas, los rancios y los reaccionarios.

El lema propuesto ha sido «si nosotras paramos, se para el mundo». Sin distinción de género la convocatoria ha sido a la humanidad, las unas para reivindicar la visibilidad y los otros para apoyar lo que es de justicia.

Estamos en el momento justo de poder cambiar esa trayectoria vital que marca a mujeres y hombres. Nos encontramos ante un punto de no retorno en el que los argumentos como la maternidad y el cuidado de la prole han cambiado de mano y sólo se entienden bajo el prisma de una corresponsabilidad de género. Argumentar que la brecha salarial es motivada por la maternidad que penaliza a las mujeres en sueldo y oportunidades habla poco a favor de una sociedad muy entrada en años y que precisa de infancia y juventud en perfecto estado de revista.

A esta huelga han estado llamadas madres, hijas, hermanas, cuñadas, nueras, primas, compañeras y suegras. Ojalá la hayan secundado muchos padres, hijos, hermanos, cuñados, yernos, primos, compañeros y suegros.

De un tiempo a esta parte la cosa ha cambiado. La tolerancia se ha transformado en reivindicación, la permisividad en intransigencia. Ya a nada se da cobertura bajo el paraguas del sexo débil.

Es una huelga en la que en familia se deberá reconocer el trabajo gratuito o de economía sumergida que presta la mujer, encargada principal de la educación, de la salud y de la intendencia en el sentido más doméstico del término. Colgar el delantal, cerrar la cocina y apagar la lavadora puede poner en jaque a los hogares. Hay sido una huelga en la que el techo de cristal debe dar paso a una progresión por capacidad y mérito sin distinción de género. Es una huelga de consumo al intentar desenmascarar el papel de la mujer como objeto. La decisión de qué, cuánto, dónde y cuándo se compra en el hogar es patrimonio femenino.

Si hace más de dos mil años se paró una guerra, según la tragedia de Aristófanes, que esta huelga haya servido para sentir la necesidad imperiosa de dar el lugar y el reconocimiento que merece justo la mitad de la población mundial.

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