José Colón

Pepito piscinas

Dice Martín Vila que las piscinas en las azoteas no son un elemento característico de la idiosincrasia de la casa gaditana

Dice Martín Vila que las piscinas en las azoteas no son un elemento característico de la idiosincrasia de la casa gaditana, defendiendo que la azotea ha sido siempre un lugar donde tender la ropa o servir de encuentro a los vecinos que se reúnen a ... charlar mientras los niños juegan (sic.).

Con tales declaraciones, además de revelar algún desarreglo en la azotea, deja a las claras el desconocimiento del concejal de todo cuanto respecta a la crianza de niños, a los modos y costumbres de una vecindad y al auténtico carácter de la ciudad que ha tenido la desgracia de tenerlo como edil.

Cercano ya al medio siglo, no conozco a nadie que haya subido a jugar a una azotea o –ahora, como padres– hayan llevado a sus hijos al terrado para que correteen mientras ellos se entretienen con la charla que les ofrezca ningún comunero. Los que fuimos niños hace años jugábamos en los patios y en las calles. En plazas y parques a los que se podía ir con toda confianza sin miedo a encontrártelos ocupados por algún asentamiento frente al que tanto la Policía como la correspondiente delegación de Sanidad hacen la vista gorda.

Las azoteas eran espacios prohibidos para los niños, por razones obvias y solo quien tenía la suerte de disfrutar de alguna transitable se ha aventurado a vivir en ella alguna correría, siempre de incógnito.

En cuanto a tender la ropa, ¡ya quisiéramos que en esta ciudad se utilizara la azotea como es debido! En Cádiz ese uso es residual. Aquí, quien puede lo hace desde su propia ventana dando a patio trasero o de luces. Y, quien quiere, en fachada principal, ante la pasividad de cualquier Equipo de Gobierno (repito: cualquiera) negligente a la hora de hacer cumplir una Ordenanza Municipal. Eso sí que es idiosincrasia.

El gaditano, desde que nace, anda loco por tener una piscina en su casa. La estampa del vecino –en vacaciones- disfrutando de la charca del hotel a pie de playa mientras el resto se reboza de arena no se la salta ni el Juaniqui más caletero.

Quien no tiene un campito en Chiclana donde plantarla tiene un cuñado propietario de un apartamento con piscina comunitaria al que escaparse, arguyendo que «es por los niños». Del mismo modo que llegando el verano se hace común la búsqueda de «una casita con piscina» para pasarlo. Y quien tiene un patio en planta baja se monta su ‘Toy’ para solaz propio y maledicencia del vecindario.

La falta de piscinas en las azoteas no se debe a idiosincrasia alguna. Se debe a pobreza, prohibición, falta de conocimiento o de oportunidad. Hoy en día, todas esas trabas se pueden superar gracias a la apertura de ideas, la amplitud de miras y el progreso técnico. Conceptos todos ellos a los que estos gestores parecen alérgicos. Tanto como al cloro.

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