OPINIÓN

Dislates inclusivos

Mantener las festividades tradicionales es realmente importante para la propia cultura colectiva como lo es el respetarlas si pertenecen a otras

Este año he tenido la suerte de celebrar con algunos amigos judíos, y bajo la batuta del Dr. Abraham Haim, antiguo Director General del Patrimonio Sefardí del Ministerio de Cultura de Israel y Presidente de la Comunidad Sefardita de Jerusalén, la fiesta de la Hanukkah. ... Una festividad preciosa que recuerda el milagro del aceite y la historia de los Macabeos.

Tras encender la última de las 8 velas del candelabro se suele cantar, entre otros, el conocido himno de Haendel 'See, the conquering hero comes' del oratorio 'Judas Macabeo', un himno que, por cierto, abre muchas de las ceremonias institucionales europeas, universitarias incluidas. Se trata de una fiesta llena de luz, de calidez y de ilusión, especialmente para los niños.

Mantener las festividades tradicionales es realmente importante para la propia cultura colectiva como lo es el respetarlas si pertenecen a otras o, como en el caso de la Janucá, acompañar a los que las celebran.

Pero, en nuestra decadente Europa, parece que la cosa va por otros derroteros. Hace poco la Comisión Europea, a instancias de la Comisaria de Igualdad, la socialista maltesa Helena Dalli, y en aras de un supuesto lenguaje inclusivo, dictó una guía en la que se instaba a felicitar las fiestas en lugar de felicitar la Navidad, un disparate que, afortunadamente, se ha corregido.

Ahora resulta que la inclusión significa excluir la Navidad; curiosa manera de interpretar el término.

Desconocemos, por otro lado, a que otras fiestas se refería la Comisaria que no fuesen las Navidades. No es nada nuevo; de hecho, en una ciudad española el identificar las figuras del belén municipal en sus calles se ha convertido en un ejercicio del tipo a ver quién encuentra antes a Wally.

Los complejos europeos vienen ya desde hace años, pero se han acrecentado con el tiempo. Ya en el 2003, Giscard d´Estaing eliminó del preámbulo de la que debía ser la Constitución Europea toda referencia al cristianismo, a las fuentes greco-latinas o a la Ilustración, no fuera a ser que alguien se sintiese ofendido.

Como si con ello se quisiera demostrar que los europeos, con nuestras luces y nuestras sombras, hubiéramos nacido por «generación espontánea» hace un par de generaciones.

Pero la cuenta suma y sigue, y los despropósitos se acumulan. Hace escasas fechas, Macron logró parar una campaña del Consejo Europeo, cofinanciada también por la Comisión Europea, en la que se identificaba la «libertad» con el uso del hiyab, el velo que cubre la cabeza y el pecho de las mujeres, y que en algunos lugares del mundo es absolutamente obligatorio llevar.

No, no es que instara a respetar el uso del velo para quien voluntariamente desee ponérselo; se trataba de identificarlo como una fuente de alegría y de libertad, todo en aras de esa supuesta inclusión. No creo que las mujeres que se ven obligadas a usarlo coincidan precisamente con ello. Si todas las mujeres que, en la historia de esta nuestra vieja Europa, han luchado y sufrido hasta el infinito, en la mayoría de los casos sin reconocimiento alguno, para abrirnos camino, levantasen la cabeza volverían a morir, pero esta vez del susto. Aunque siempre habrá algún «iluminado» que las tache de «no inclusivas» o, directamente, las eliminen de nuestra historia.

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