Escúchame también

«Cuando una mujer se siente amenazada es porque existe una amenaza. Cuando una chica tiene miedo de volver sola a casa es porque existe una amenaza....»

A pesar de que existen días para todo –esto es muy Eclesiastés, por cierto-, hay algunos que se han hecho un hueco en el calendario y que todo el mundo reconoce, sin necesidad de dar explicaciones, ni de hacer anuncios anticipados. Unos, basando su fama en el peso de la tradición y de la costumbre; otros precedidos de ofertas y colorines; otros cargados de reivindicaciones, y algunos tiñendo de sangre la hoja que se les asignó en el almanaque. Y hoy es uno de estos últimos. Cuarenta y siete víctimas mortales de violencia contra la mujer -más que en 2017, más que en 2016- parece que no son suficientes como para que empecemos a tomarnos en serio la fecha, y empecemos a considerar que es uno de los grandes problemas de esta sociedad que entre todos estamos disfrazando de más justa, más tolerante y más de todo; Y que empecemos a asumir que toda esa tolerancia, justicia e igualdad, no es sino otra de las grandes mentiras -o postverdades, como prefiera- sobre la que estamos construyendo el mundo que dejaremos a nuestros hijos.

No hace ni veinte años -así que ni siquiera podemos aplicar lo del tango- que la Asamblea General de las Naciones Unidas comenzó a tener en cuenta la violencia contra las mujeres como una cuestión prioritaria. Hasta entonces, las miles de mujeres muertas a manos de sus hombres habían sido solo víctimas de crímenes pasionales, o lo que es peor, simples fallecidas en el cumplimiento de aquello que se dio en llamar “las labores propias de su sexo”. Más de mil asesinadas en España desde 2003, país donde la legislación puso letra a la fúnebre melodía de la violencia en 2004, y donde ni las políticas de sensibilización, ni las medidas de protección ni los programas de educación han conseguido no ya erradicar, sino disminuir las cifras con las que cada año cubrimos este 25 de noviembre.

Nos escandalizamos, eso sí. Y con nuestro escándalo creemos que ya esta todo dicho. Por violencia de género, tal y como recoge la ley en nuestro país, entendemos la violencia física y psicológica, las amenazas, la coacciones, la privación de la libertad y las agresiones de la libertad sexual. Muy bien. La teoría, como siempre, se nos da mejor que la práctica. Quizá porque cuesta sacudirse el polvo de una dehesa por la que cabalgaba hasta hace no mucho una policía moral dispuesta a velar por el “orden natural” al que habíamos sido sometidas las mujeres desde el principio de los tiempos. Y así, todo el mundo parecía estar de acuerdo en que aquel pasaje bíblico de “compañera te doy, y no esclava” no era más que eso, un pasaje bíblico para recordar en los días dulces de vino y rosas y para meter en el cajón del olvido el resto de los días, que son siempre muchos más.

“Es mucho mejor que se haga la ciega, sorda y muda” era uno de los consejos radiofónicos que más utilizaba Elena Francis en la España de los cincuenta, sesenta, setenta y ochenta –y pongo las décadas para que a nadie se le olvide que son cuarenta años. Un consejo que hoy nos parece monstruoso pero que seguimos teniendo interiorizado las mujeres en nuestro día a día. Porque, evidentemente, el punto final de esta historia de violencia lo pone siempre la muerte –la física, que es la más dolorosa, pero también la psíquica, que es la más difícil de superar- pero no debemos caer en la tentación de obviar las situaciones violentas a las que a diario nos enfrentamos las mujeres, y en las también –y casi por obligación- optamos por hacernos las ciegas, las sordas y las mudas.

Y lo que me parece aún peor, optamos por hacer ciegas, sordas y mudas a nuestras hijas con actitudes que no dejan de ser encubridoras del machismo “no hagas caso”, les decimos, “no contestes”, “no mires”, “déjalo pasar”, “haz como si no hubieras escuchado”, “no se lo tomes a mal”, “no seas exagerada”… y de esa manera vamos construyendo un imaginario donde la violencia verbal, psicológica, cotidiana se va haciendo cada vez más fuerte.

Por eso el lema elegido para este 25 de noviembre por la ONU me parece acertadísimo. #EscúchameTambién pretende no solo denunciar caso de violencia de género, sino que hace hincapié en la necesidad de escuchar a las mujeres, a las niñas en sus miedos, en sus inquietudes y en esos “gritos del silencio” que no sabemos oír.

Cuando una mujer se siente amenazada es porque existe una amenaza. Cuando una chica tiene miedo de volver sola a casa es porque existe una amenaza. Cuando una mujer se siente despreciada en su trabajo, en sus ideas, en sus relaciones de pareja, es porque existe una amenaza. Cuando una mujer se detiene antes de hablar porque considera que lo que tiene que decir no es lo suficientemente importante, es porque existe una amenaza. Hasta que las mujeres no sepamos identificar estas situaciones de violencia y hasta que los hombres no entiendan que la igualdad no es una graciosa concesión que ellos nos hacen, será necesario este día.

Escúchame también; mientras cada 25 de noviembre tengamos que contar cuántas nos faltan, es que algo no estamos haciendo bien.

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