Julio Malo de Molina

Enrique Ruano

Un reciente programa de Jordi Évole nos ha devuelto a la realidad

Julio Malo de Molina
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Un reciente programa de Jordi Évole nos ha devuelto la realidad y el mito de un colegio madrileño: El Pilar, donde estudiaron Rubalcaba y Aznar, los Garrigues y los Solana, Sánchez Dragó y Cebrián. Cientos de personajes, algunos de los cuales participaron en el reportaje. Entre los entrevistados me alegró ver a Álvaro Marchesi a quien conocí durante mi paso por el colegio y aún nos tratamos; él siguió una trayectoria paradójicamente muy «pilarista» y similar a la de mi hermano José Luis: profesó como levita (así llamábamos a los Hermanos Marianistas), luego pasó a militar en el Partido Comunista durante el último periodo de la dictadura, y acabó ocupando importantes cargos después de la Transición. Álvaro que fue secretario de Estado de Educación entre 1992 y 1996 expresó argumentos que comparto.

El Pilar no fue para nada un colegio de élite pues se trataba de un centro muy masificado, con cinco secciones por curso, todas de entre 35 y 40 alumnos. Su profesorado resultaba simplemente aceptable: los levitas eran vascos en su mayoría, y francamente liberales; los profesores seglares no alcanzaban la talla de los catedráticos que podían encontrarse en institutos madrileños, como el Ramiro de Maeztu o el Beatriz Galindo. También como centro privado estaba a nivel docente muy por debajo del Colegio Estudio o del Colegio Estilo, donde enseñaban algunos de los sucesores de la Institución Libre de Enseñanza. Al Pilar le distinguía su privilegiada ubicación, en el corazón del barrio de Salamanca, donde habitaron las clases medias de Madrid, de hecho resultaba más interclasista de lo que se supone. Una ventaja real es que se trataba del colegio religioso más progresista y no estuvimos sometidos a ningún tipo de adoctrinamiento. Del general Franco ni se hablaba, y los símbolos del régimen nos resultaban bastante ajenos.

Tuve dos compañeros y amigos excepcionales que no se citaron en el programa: Fernando Savater y Enrique Ruano, el pasado sábado Fernando dedicó su columna semanal de prensa a Enrique, asesinado el 20 de enero de 1969 por la Brigada Político Social, como parecían delatar versiones policiales confusas y contradictorias que hablaron de accidente o suicidio. Cuando 27 años después la tenacidad de la familia consiguió reabrir el caso, un análisis de los restos evidenciaron muestras de disparos por la espalda, pero los encausados que habían ostentado altos cargos en gobiernos socialistas, sólo fueron condenados a penas leves por «negligencia en la custodia de un detenido». Savater describe a Ruano tal como yo le recuerdo: «despierto, tocado por la gracia, ingenuo y valeroso». Desde 2008, cada año la Universidad Complutense concede los premios a los derechos humanos que llevan su nombre.

Los pilaristas de aquel tiempo nos encontramos de bruces con una Universidad rebelde. Madrid no fue Paris ni Praga ni Berkeley, pero estaba vigente el Estatuto de Universidades y la policía no podía entrar en los centros sin permiso del Rector. Acceder a estos suponía cruzar una frontera que conducía a un sueño de libertad, donde celebrábamos frecuentes asambleas alegres y reivindicativas, y también todo tipo de actividades intelectuales, artísticas y lúdicas. Todo terminó con la muerte de Ruano, las multitudinarias manifestaciones de protesta por el crimen justificaron que el gobierno decretara el cierre de las universidades, el estado de excepción que suspendía las garantías ciudadanas básicas, la detención masiva de estudiantes y sobre todo la derogación definitiva del Estatuto. Sin Ruano se disiparon los sueños de libertad y la universidad se hizo gris.

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