Julio Malo de Molina

Eloísa en Taormina

Conocí a Elo en la playa de Cádiz, ella paraba en esa zona de casetas cubiertas mediante una delgada losa de hormigón con forma de olas

Julio Malo de Molina
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Conocí a Elo en la playa de Cádiz, ella paraba en esa zona de casetas cubiertas mediante una delgada losa de hormigón con forma de olas, muy cerca del bar Jerónimo y del Hotel Playa, epicentro de la movida estival gaditana en plena ‘época de plata’ de una ciudad alegre y confiada. Era chica de elegante facha, largas piernas y bellos pies; usaba atrevidos trajes de baño de dos piezas y nunca llevaba chanclas sino elegantes alpargatas de lona blanca. Como yo, pasaba el curso académico en Madrid donde estudiaba griego en la agitada y cosmopolita Complutense de entonces; aplicada e inquieta conocía la cultura clásica, desde los siglos oscuros hasta la consolidación del ideal social de la polis; había leído varias versiones de la Odisea y tenía sus propias ideas, por ejemplo, que estaba escrita por una mujer, y que las sirenas afrontadas por Ulises no eran sino aves de seductores trinos.

Pero los principios a veces nada tienen que ver con los finales, se casó con un tipo vulgar y la llenó de hijos, olvidó el griego clásico; los pulcros libros de su juventud, regalo de su padrino que había sido embajador en Atenas, pasaron de los anaqueles al desván y desde allí a algún trapero. Finalmente los dioses varios y múltiples de la mitología a los cuales Elo había profesado piedad apasionada, decidieron liberarla de los infiernos.

Eloísa había penado un largo y aburrido matrimonio, él no era mal tipo, simplemente le movían otros intereses, como un rutinario trabajo de bancario y algunos deportes, sobre todo a nivel de espectador; ni siquiera le gustaba viajar, otra de las pasiones frustradas de una esposa que antes de la boda había visitado muchos lugares, y ya después de una convencional luna de miel en el Caribe no volvió a viajar nunca más. El proceso de divorcio resultó sereno, los hijos ya mayores vivían lejos y aceptaron sin traumas un desenlace que algunos esperaban.

Elo lo vivió como una liberación: cambió la decoración de su casa colocando muchos anaqueles que pronto llenó de libros; pero sobre todo planeó un viaje a Grecia. Fue entonces cuando me llamó para contar sus planes que yo le propuse cambiar. Nunca he sido partidario de expediciones tipo «si hoy es martes, esto es Bruselas», por eso le dije: «Ve a Taormina y pasa allí muchos días»; ella alegó que se trataba de la ciudad siciliana más infestada por el turismo pijo, aunque en otro tiempo fascinara a gentes como: Goethe, Maupassant, Oscar Wilde, Thomas Mann, Truman Capote, Borges, Thomas Bernhard, Johannes Brahms y Richard Wagner.

En Sicilia, mejor que en ningún otro lugar, se conserva la Magna Grecia, toda vez que los turcos destrozaran buena parte de la arquitectura clásica en la península de los Balcanes. Taormina, en las faldas del monte Tauro, conserva uno de los teatros griegos más sugestivos, desde cuyo auditorio cóncavo se puede contemplar de manera espectacular, a través de una escena de orden corintio, la costa del Jónico y el volcán Etna. Con un poco de suerte puede conseguir asistir en ese marco mágico a un concierto de Zubin Mehta y a un recital de Charles Aznavour, programados para estas fechas.

Le aconsejé un hotel en alguna cala tan azul como la Bahía de las Sirenas; cenar comida siciliana en una trattoria como I Jardine di Babilonia, y de últimas una escapada a Siracusa con esa catedral barroca que esconde un Templo dórico.

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