Eduardo Moyano

«América novia mía»

Casa de América fue esencial, y lo sigue siendo, para el medio en el que trabajé durante muchos años, Radio Exterior de España

Eduardo Moyano

El Palacio de Linares, en la Cibeles, es, desde hace treinta años, la sede de Casa de América, una institución que se ha convertido en el referente de la cultura iberoamericana en Madrid, por la que pasan artistas plásticos, cineastas , literatos o políticos protagonistas en ... conferencias, exposiciones o ciclos cinematográficos como el que tiene lugar estos días para conmemorar esas tres décadas volcadas en aquella «América, novia mía» que cantaba el grupo chileno Inti-Illimani.

Casa de América fue esencial, y lo sigue siendo, para el medio en el que trabajé durante muchos años, Radio Exterior de España, porque teníamos un lugar donde confluía toda la información sobre Iberoamérica. Incluso llegamos a disponer de un estudio propio donde no solo nos limitábamos a contar lo que ocurría, sino que abordábamos a cualquier visitante que tuviera interés informativo. Era similar a lo que ocurría en el aeropuerto ‘Adolfo Suárez’, donde estuvo destacado un reportero, Héctor Arenas, al que cariñosamente apodábamos Héctor Barajas, que se acercaba a todo aquel que tuviera interés fuera de ruedas de prensa o comparecencias públicas.

Aquel año, 1992, se respiraba América por cualquier rincón. Fue el quinto centenario del Descubrimiento y en España se vivía a ritmo de Exposición Universal y de Olimpiadas. Treinta años después la Casa de América se mantiene como punto de encuentro para los interesados en la cultura latinoamericana, dejando atrás aquellas leyendas que aseguraban que en el Palacio de Linares vagaban algunos fantasmas, vestigios de historias oscuras ocurridas en sus estancias. Otros atribuyeron aquellos rumores a especulaciones urbanísticas y algunos como Luis G. Berlanga, encontraron años antes, en sus aposentos el lugar idóneo donde rodar sus películas como ocurrió con «Patrimonio Nacional» y su marqués de Leguineche y allegados. Durante tres décadas el Palacio de Linares ha albergado al cine latinoamericano, tan oculto en nuestro país si no hubiera sido por el festival de Huelva o antes incluso, por Alcances de Cádiz que, a principios de los setenta, presentó filmes provenientes del otro lado del Atlántico que habla español y portugués.

Películas claves por el aporte de sus autores al cine contemporáneo como la boliviana «Cuestión de fe»(1995), de Marcos Loayza; la colombiana «Pájaros de verano» (2018); la uruguaya «La noche de 12 años»(2018); la hispano—argentina «En la puta calle»(1997), la chilena «Violeta se fue a los cielos»(2011) o la venezolana «Érase una vez en Venezuela»(2020) que se presenta esta misma semana, son algunos de los títulos programados por Casa de América para conmemorar los treinta años de sus fundación.

Sobre esta última película hay que decir que es una metáfora de la situación venezolana, país que ha visto como en los últimos años han tenido que salir más de seis millones de personas por motivos políticos o económicos. El documental se centra en un pequeño pueblo Congo-Mirador, al sur del lago Maracaibo, cuya población ha disminuido casi por completo. La corrupción política, la poca preocupación de las autoridades por la sedimentación del lugar y el progresivo cambio climático obligan a los habitantes a dejar su pueblo.

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