OPINIÓN

Desequilibrio

Si resulta ser verdad que la economía globalizada del planeta marca las pautas para el comportamiento del resto de sistemas que conforman nuestro entramado social, no cabe duda de que la especie humana se encuentra en situación de riesgo extremo

Si resulta ser verdad que la economía globalizada del planeta marca las pautas para el comportamiento del resto de sistemas que conforman nuestro entramado social, no cabe duda de que la especie humana se encuentra en situación de riesgo extremo. Si los sistemas que gestionan las decisiones que afectan a la moral, derecho, política, educación, medios de comunicación, producción artística, medio ambiente, investigación científica o creencias religiosas, están todos supeditados a seguir el rumbo que marca el crecimiento insaciable de la riqueza, no cabe duda de que nuestra sociedad moderna manifiesta signos alarmantes de un desequilibrio que puede desencadenar, tarde o temprano, su temible explosión.

Que ocho personas acumulen la misma riqueza que la mitad de la población del planeta (algo así como 3.500 millones de habitantes) es llamativo hasta el extremo de resultar escandaloso. Si echamos un vistazo a los registros históricos comprobamos que estos desequilibrios ya se dieron antes con resultados devastadores. Por poner un ejemplo, durante el imperio romano, el estrato superior de la población, compuesto por la familia del emperador y los órdenes senatorial, ecuestre y de los decuriones, es decir, el uno por ciento de la población, acaparaba el grueso de la riqueza producida por el 99 por ciento restante. Ya sabemos cómo acabó este imperio, igual que sabemos cómo han acabado todos los imperios construidos sobre estos mismos estados de desequilibrio en el reparto de los beneficios de la producción, ya fuera esta agrícola o industrial.

Se da la circunstancia de que todos los sistemas son ciegos. Ciegos en el sentido de que deben tomar decisiones con respecto a un futuro que se teje precisamente en base a esas mismas decisiones, y con respecto a un entorno exterior que solo puede experimentarse interiormente, del mismo modo en que todo lo que vemos no son sino las construcciones que nuestro cerebro lleva a cabo con los juegos de la luz. Así, el sistema económico corre precipitadamente hacia el abismo sin ser capaz de comprender que la riqueza que aparentemente consolida es solo una ilusión. No es capaz de ver que ese edificio fantasmal está erigido sobre los cimientos de la explotación laboral de la gran mayoría de la población humana, de su capacidad de consumir los productos que ella misma crea y de los recursos energéticos y de materias primas del planeta.

Los Gates, los Bezos, los Buffet, los Zuckerberg, los Ortega, deberían explicarnos cómo vamos a continuar avanzado en la senda que ellos entienden como progreso, si seguimos agotando los recursos naturales y reduciendo aceleradamente la capacidad de consumo de los productores y, con ello, aumentando la brecha del desequilibrio existente. Pero lo peor es que la explosión del sistema económico supondrá la voladura del sistema social en su conjunto. La historia también nos habla de lo que ocurrió con el derrumbe del sistema imperial romano. El de las invasiones bárbaras fue un proceso de siglos que culminó en la autoproclamación del visigodo Alarico como rey de los romanos.

Nosotros estamos ya inmersos en ese mismo estado de filtración imparable de los hambrientos, por más que pretendamos mantenerlos confinados más allá de nuestro limes. Aunque sin poder dejar, por otra parte, de obtener de ellos el alimento necesario para continuar elaborando la utopía de nuestro estado de bienestar perfecto, en forma de recursos naturales o mano de obra esclava. Lo terrible del caso es que circulamos ya a tal velocidad que pisar el freno sería aún más catastrófico.

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