Opinión

Arquitecturas razonables

Lo decía Sáenz de Oiza, «el racionalismo es aquella arquitectura moderna que tiene razón»

Lo decía Sáenz de Oiza, “el racionalismo es aquella arquitectura moderna que tiene razón”. Oiza fue uno de los grandes de la arquitectura española durante la segunda mitad del siglo XX, centuria recorrida por la obsesión de la revolución moderna, llegando a convertirse en un dogma. Luis Lacasa, ese pequeño gran hombre que proyectó el pabellón de la República Española en la exposición de París en 1937, donde se alojó el Guernica de Picasso, hablaba de “Arquitectura Tectónica”. Alberto Sartoris publicó “Gli Elementi dell´Architettura Funzionale” (Milán 1932), un extenso volumen que recoge las mejores muestras de los comienzos de la modernidad, con prólogo de Le Corbusier. El maestro suizo había liderado, a partir de sus propias publicaciones y de los Congresos internacionales de Arquitectura Moderna, la formulación de los principios y estilemas del Movimiento Moderno, síntesis de las vanguardias artísticas y arquitectónicas que bullen desde los comienzos del siglo hasta cristalizar en este estilo, para muchos críticos el primero auténtico desde el gótico. A partir de los años 70, las criticas a la Modernidad por parte de autores como Aldo Rossi, Charles Jencks y Robert Venturi, dan lugar al posmoderno, un eclecticismo que se apaga rápidamente, pero de alguna manera está en las raíces de la arquitectura institucional mediática, ésa que Antonio Miranda denomina Arquitectura Jeroglífica. En este marco, reivindicar una lectura del Movimiento Moderno en clave de contemporaneidad supone una fórmula para hacer arquitecturas razonables, sostenibles y a la medida de la gente.

Bruno Zevi en “Saber ver la arquitectura” (Editorial Poseidón, Buenos Aires 1976), lamentaba el desinterés del publico no especializado por la arquitectura moderna. Las cosas han cambiado, como lo prueba la reciente catalogación como Bien de Interés Cultural del Edificio Capitol, también conocido como Edificio Carrión por el nombre de su promotor que encargó la pieza multifuncional con cine, sala de fiestas, bar, cafetería, hotel y oficinas, a los jóvenes arquitectos Luis Martínez Feduchi y Vicente Eced que habían acabado la carrera cuatro años antes, y demuestran con su proyecto la capacidad de la arquitectura racionalista en construcciones de carácter monumental. Levantado entre 1931 y 1933, el Capitol ha llegado hasta nuestros días con muy pocas modificaciones, ya convertido en icono del centro de Madrid.

Otra valiosa muestra de la arquitectura racionalista madrileña durante el periodo republicano es la Casa de las Flores de Secundino Suazo, quién actualiza el concepto de manzana abierta, sustituyendo el hormigón que proponía Le Corbusier por el ladrillo rojo que contextualiza este edificio de viviendas en un barrio de ambiente liberal. Allí vivió el poeta Pablo Neruda, cuyo piso frecuentaron: Lorca, Miguel Hernández, Rafael Alberti y Luis Lacasa. “Mi casa era llamada la casa de las flores, porque por todas partes estallaban geranios: era una bella casa con perros y chiquillos.” La placa colocada en 1981, “Madrid recuerda a Pablo Neruda”, se encuentra allí sobre un cajero automático, junto a un letrero que anuncia una revolución: “ha llegado la hipoteca que revolucionará el mercado”. Menos conocidos son los doce moteles para automovilistas repartidos por toda España que proyectaron los arquitectos Carlos Arniches y Martín Domínguez, ambos exilados después de la guerra civil. Hoy más que nunca hemos de hacer arquitecturas razonables. La Escuela de Ingenieros en Puerto Real de Rafael Otero, el Palacio de Deportes de Chapín de Ramón González de la Peña, la Casa del Infinito en Atlanterra de Alberto Campo Baeza, muestran en nuestra provincia que es preferible una arquitectura racional y sostenible

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