OPINIÓN

Antonio Vázquez

Antonio pertenece a esa raza de periodistas que muy de vez en cuando asoma de la oscura covacha periodística en la que viven los fotógrafos

En el último día de nuestra historia, quizás el planeta salte por los aires y nos extingamos en una bellísima explosión. La foto del fin del mundo la tendrá él. Usted mismo ha visto en este y en otros periódicos un millón o dos de imágenes que ha tomado él. Muchas de ellas van firmadas con discreción burocrática con sus iniciales. Detrás de A.V. está Antonio Vázquez, fotógrafo de ‘La Voz’ de Cádiz que hoy ha ganado el Premio de Defensa 2018 por retratar una despedida de una tripulación en el muelle de Rota.

Antonio pertenece a esa raza de periodistas que muy de vez en cuando, en días felices como hoy, asoma de la oscura covacha periodística en la que viven los fotógrafos de prensa injustamente recluidos, olvidados, maltratados y mal pagados, ninguneados en las postrimerías de los pies de foto.

Los premios siempre se los llevan los plumillas, pero estamos hablando de un grupo de tipos cada día más indispensable. En la medida en la que la profesión se aleja de la realidad y del tacto áspero del mundo y los periodistas nos refugiamos en la quimera de los razonamientos cuánticos en columnas, tertulias y tuits, los necesitamos allí en la acera. Cada día, sople el viento que sople, para que esto funcione el fotógrafo debe estar en la calle certificando que eso que yo le digo que ha ocurrido y que usted piensa que ha ocurrido, ha ocurrido de verdad.

Antonio –esqueleto duro, pelo negro de abundancia insultante y ojos grandes y apaisados quizás azules–, es el último cordón umbilical entre lo que pasa y nosotros-ustedes, y por eso hay que cuidarlo. Cuentan que cuando Occidente fundó Gadir hace tres mil años, ya mandaron a Vázquez a hacer la foto de la primera piedra. Dicen que estaba igual que ahora y que ha hecho un pacto con el diablo. Después anduvo Antonio tras el fuego de una barricada de Astilleros, Antonio recibiendo un bolazo de goma en la cara, Antonio buscando el enésimo ángulo de la foto de la rueda de prensa en el Ayuntamiento, Antonio retratando el fondo de agua y de gasoil y de cadáver de una patera, Antonio echando la papilla en la cubierta de cualquier barco de pesca, Antonio en una guardia entre los matorrales, Antonio en un estadio de fútbol, Antonio dándose patadas para conseguir una foto de portada del viento o inventándose un retrato de la llegada de la primavera antes mismo de que llegara la primavera, Antonio en una guardia de una operación contra el narcotráfico, Antonio siempre moreno o quemado por el sol, Antonio vestido con la camiseta de Antonio oliendo a goma quemada, a fuego y a sudor, Antonio llegando tarde a casa y acariciando la frente de las niñas ya dormidas. Me dicen que Candela y Aitana son ya dos mujeres. Las supongo legítimamente orgullosas de un padre que estuvo en todas partes, del que no se habló nunca y que pasó una vida entera eligiendo objetivos, velocidades y aperturas de entre ese cinturón de aparatos alrededor del pecho que le da un cierto aire de yihadista sonriente. Ahora va a tener que ponerse el traje y la corbata y montarse el tren para Madrid a recibir los honores que celebramos sus compañeros como si fueran nuestros.

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