OPINIÓN

El Ángel Exterminador

Nunca olvidaré nuestras conversaciones peripatéticas en los atardeceres de La Caleta o las veladas en su casa de la calle Rosario Cepeda

Julio Malo

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Conocí a Fernando Quiñones durante la primavera de 1981, con motivo de la presentación de uno de sus poemarios: ‘Muro de las Hetairas, Fruto de Afición Tanta o Libro de las Putas’, editado pulcramente por Hiperión que ya es pieza de culto para bibliófilos, de difícil hallazgo.

Fernando que había alcanzado notoriedad con ‘Las mil y una noches de Hortensia Romero’, llegó a conocer el mundo de esos lupanares tan abundantes en la ciudad vieja de Cádiz al calor de una prosperidad portuaria que ya ha declinado. Julio Molina Font describe en un libro reciente (Crónica oculta del Cádiz de ayer, Ediciones El Boletín), aquel mundo que consolaba a los marinaros del infortunio de las tormentas. Pero si mi tocayo confiesa no haberlo experimentado, e investiga testimonios de supervivientes y documentos de la época, Fernando reconoce haber visitado tales lugares y conocido a las chicas de la noche a las cuales dedica sus textos y poemas, con el ardor que empleó Catulo (Verona, siglo primero), con emocionados versos latinos: ‘Quod meretrix moriar’.

Recuerdo otros más recientes, de Joan Margarit , catedrático de Cálculo de Estructuras y premio nacional de poesía: «Pobre de ti si en la mirada de tu amor/ no has visto la sonrisa de una puta». O del poeta chileno Gonzalo Rojas: «…ni Agustín de Hipona que también fue liviano y pecador en África hubiera hurtado por una noche el cuerpo a la diáfana fenicia».

Todas esas cosas las supe mucho después, cuando me hice amigo de Fernando, nunca olvidaré nuestras conversaciones peripatéticas en los atardeceres de La Caleta o las veladas en su casa de la calle Rosario Cepeda, muy cerca del Mercado Central. Siempre dije que me sorprendía cómo en él se reunía la pasión por el pálpito agudo de la vida, desde los burdeles a los baches donde cantan los gitanos, con la refinada formación de erudito con clase y mundo, a la vez aristócrata y canalla.

Le gustaba declamar en voz alta versos de Borges porque la poesía siempre nos recuerda que al principio fue canto; precisamente supe de él siendo yo joven cuando leí una entrevista en la cual el autor argentino decía de Quiñones que era el mejor escritor español que conocía. De ambos ahora puedo decir que prefiero sus poemas y los relatos cortos, la concisión como esencia de la belleza, la difícil claridad de la verdad.

Un día me expuso el argumento de un relato pendiente de escribir, dijo que si él no llegaba a desarrollarlo debía hacerlo yo. Lo recuerdo ahora cuando se van a cumplir veinte años desde que nos dejó. Su historia es así: un tipo arriba a una pequeña ciudad provinciana para hacer gestiones, al desayunar en el hotel donde se había alojado esa noche ojea el periódico local, y se detiene en el obituario que da fe del deceso de alguien del lugar con una edad semejante a la suya. Le obsesiona la coincidencia, a su llegada por vez primera a esa población muere un pobre hombre que hasta entonces había vivido allí feliz.

Piensa que es su ángel exterminador y olvida sus obligaciones para participar del duelo. Un tema inspirado por el título de la película que rueda Buñuel en México, con el productor Gustavo Alatriste y su esposa, la actriz Silvia Pinal, los mismos que le acompañaron en ‘Viridiana’, de gran éxito internacional que pese a ser rodada en España fue prohibida aquí por presiones de la Iglesia.

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