La felicidad y el Eurovisión de Simón

¿Se imaginaba hace cinco meses que iba a ver una rueda de prensa del Gobierno como quien ve el Festival de Eurovisión?

Creo que todos somos, más o menos, de la misma opinión. Si nos hubieran dicho hace cinco años o cinco meses lo que tendríamos que ver, no habríamos dado crédito. No creeríamos ver a Alberto Garzón (que hace un lustro obtuvo tres diputados en las ... elecciones generales) de ministro ni a un histriónico líder de un extrémico partido generosamente representado en las instituciones pedir al PSOE que abandone su odio por los homosexuales. 'O tempora o mores', decían nuestros abuelos del garum y el gladius. Cómo están las cabezas, lo hubiera resumido mi abuela.

Lo mismo sucede si retrocedemos a hace tan solo cinco meses. ¿Se acuerdan de qué verde era el mundo sin que nosotros acertáramos a sospecharlo siquiera? Apenas conocíamos el nombre de cinco médicos, entre los que se encontraban el nuestro de cabecera, el valenciano que lo mismo inserta un pie que un corazón, el de dos calles de nuestra ciudad (así de pronto, doctor Dacarrete y doctor Herrera Quevedo) y el que da nombre a esas pizzas que se creen mejores de lo que realmente son. Hoy, uno de esos doctores se ha convertido en el símbolo de esta nueva realidad llena de datos, siglas y gráficas. Fernando Simón ha conseguido un logro definitivo que hace, repito, cinco meses, hubiéramos tildado de locura: que los españoles estuviéramos delante de la televisión mirando una rueda de prensa del Gobierno como quien ve el concurso de Eurovisión. Asturias pasa; Madrid, no; en Andalucía, todos menos Málaga y Granada. En un chat de amigos, uno rojo como tomate conileño decía con sorna hace un par de meses que en apenas un mes en el Gobierno, Podemos había acabado con las apuestas deportivas, con la Semana Santa y con la asignación a Juan Carlos I. Otro, más azul que un pitufo, se cobró venganza en la noche del viernes con el mapa de las regiones que pasaban de fase en la desescalada y le decía «y ha vuelto a dividir España en dos zonas». Ambos se rieron, por encima del estruendo de las cacerolas prefieren los guisos que comparten.

Hace cinco meses no hubiera ni sospechado que la normalidad era hacer cola en la calle para entrar en la pescadería. Hubiera tomado por un teatrillo absurdo que una abuela con mascarilla pediría la vez y, yo, tras una FPP2, habría dicho que yo era el último. Ya sorprende menos que responda eso de «No hijo, la última soy yo», porque los chistes malos abandonan el barco más tarde que las ratas. Hace cinco meses hubiéramos pensado que era un necio o peor, un cursi, quien nos hubiera dicho que pasear una hora por la playa, en el atardecer era el mayor acto de libertad imaginable.

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