Opinión

Una rutina indolente

Las ciudades que más avanzan son las que tienen claro sus objetivos urbanos a corto, medio y largo plazo

José María Esteban

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Las ciudades que más avanzan son las que tienen claro sus objetivos urbanos a corto, medio y largo plazo. Si estudiamos los desarrollos en nuestro entorno, podemos concluir que, en los últimos treinta años, son aquellas que identifican su modelo de ciudad. Un modelo, sujeto a evaluaciones continuas, pero como hemos dicho en otras ocasiones, establecido cuatrienalmente a través de una maqueta en papel como pacto vinculante entre quien manda y los ciudadanos. Traigo este asunto por las ganas y deseos de los nuevos ayuntamientos.

Los Planes Generales de Ordenación Urbana, maniatados por una confusa legalidad, deben establecer los proyectos concretos para que una ciudad crezca sostenible y equilibradamente. No solo en inversiones inmobiliarias, sino en lo que es fundamental: la residencia de empresas veraces; la creación de un empleo estable y duradero; y el equilibrio y calidad de sus servicios. Todo ello tiene que ser soportado por una exigente política de vivienda pública, primero para sus habitantes, y luego, para los que puedan venir. Todas las metas establecidas en los últimos Planes, coinciden machaconamente en esas prioridades: Inversiones, empleo y vivienda y los digo en este orden. Los servicios y equipamientos de todo tipo: sanitarios, docentes, sociales, culturales, etc. que sostengan eficazmente el sistema, serán la consecuencia natural del esfuerzo en el empleo y la potencia civil de una urbe moderna.

Nuevas ideas aparecen en este mundo global, mutante y poco reflexivo para superar un desarrollo basado en un sistema cada vez más economicista, que persigue, casi absolutamente la generación de plusvalías, pero no la satisfacción de los ciudadanos. Tampoco desde el otro pensamiento se hicieron bien las cosas. Por citar, una de ellas ha sido la Economía del Bien Común, impulsada desde 2010 por Cristian Felber, con muchos adeptos. Esta EBC, persigue una mejor y mayor dignidad en los comportamientos económicos de las sociedades a través de la solidaridad, la cooperación, la responsabilidad ecológica, etc, etc... Esta magnífica búsqueda del nuevo bienestar, choca con las inercias de una sociedad, que ya no cuenta con la ilusión de los habitantes originales. La voluntad de la participación e involucración ciudadana, se ha disgregado lastimosamente por los intereses espurios.

Las ciudades capaces de generar esa ilusión colectiva, son las que pueden obtener buenos resultados para cerrar el círculo de la motivación, progreso y satisfacción. Por citar, un ejemplo de éxito: Málaga, parece ir bien. Aunque en mi opinión, no todo lo que aparenta puede ser estable, ya que se sustenta en dos grandes pilares: una economía basada en el ilimitado crecimiento de sus precios, y una base consumidora casi exclusivamente turística. No sabemos cuánto durará, pero ya no es la ciudad de los malagueños.

No tengo la solución, pero creo que se debate entre el destino que posibilita una buena política, -que las debe haber-, haciendo feliz al ciudadano actor y componiendo un mapa urbano discreto y juiciosamente compensado. Cádiz, que nos toca cerca, se ha ido degradando en gobiernos contradictorios, que no han sabido ilusionar en una convocatoria común para un futuro fértil. Quizás haya una indolente rutina que no somos capaces de romper, y que desilusiona cada cuatro años. Se han hecho protagonistas las ideologías y no los ciudadanos, y además con planes de papel mojado. Salud y lo más importante: a pesar de tener una razón previa, Israel podría estar cavando su propia tumba. ¡Por favor que paren las guerras!

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