Opinión

Con las tripas

Otros muchos no tenemos más remedio que tomárnoslas en el mes más caro, saturado y antipático de todo el calendario, mal que nos pese

José Colón

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Se va Julio y, con él, prácticamente, el año. Pertenezco, desde pequeñito, a la Cofradía de los Cenizos y, de la misma manera que los cofrades «de Pasión» ponen en marcha la cuenta atrás para el Domingo de Ramos en la misma tarde del de Resurrección, yo regalo a mis sufridores mis barruntos del paso precipitado de los días desde la tarde del Día de Reyes: «Ya mismo se acaban los carnavales»; «Ya está aquí el Corpus»… y así, de esta forma tan gaditana y tan simpática, llevo amargando los fines de semana, desde enero, a quienes tienen el infortunio de tomarse conmigo el piscolabis de los viernes.

Mañana comienza agosto y, para muchos, las forzadas vacaciones: abogados, procuradores, graduados sociales, economistas, periodistas y otros muchos no tenemos más remedio que tomárnoslas en el mes más caro, saturado y antipático de todo el calendario, mal que nos pese. Lo mismo les ha sucedido, solo este año, a nuestros sufridos y abnegados representantes políticos. Los pobres no han podido disfrutar de su merecida relajación sino hasta ahora, por las razones que todos conocemos (menos, por lo visto, los concejales de gobierno de Cádiz. Y no es para menos, habida cuenta cómo ha dejado el Consistorio el okupa desalojado en Mayo).

A partir de mañana comenzaremos a encontrarnos en las terrazas, las playas y los saraos progre-guayaberos con todos los listos -funcionarios de distinto pelaje- que, cogiéndose sus vacaciones en junio, julio … e incluso octubre, acuden durante las cortas mañanitas de este mes de agosto a sus puestos de trabajo, fichando sus preceptivas ocho horas diarias (faltaría más), para asegurarnos a todos una vuelta ordenada en septiembre, con todos los expedientes al día y a punto para que el ciudadano que haya tenido el infortunio de verse impelido a depender de una autoridad gubernativa cualquiera no tenga que sufrir las consecuencias de que los negligentes gestores de esos asuntos (los mentados en las dos primeras líneas del párrafo anterior) hayan querido ausentarse de sus despachos para darse un chapuzón con sus hijos y no perderse una ínfima parte de su crianza.

A partir de mañana, decía, se iniciarán unas vacaciones que, por supuesto, no serán merecidas, pero sí muy necesarias. Como el año ha sido muy azaroso, aún desconozco si me moveré de Santa María del Mar o tendré la suerte de disfrutar de alguna escapada a algún paraíso distinto a este, como ha sucedido en años anteriores. Salidas y descubrimientos que me inspiraron para contarles y trasladarles otras realidades y enfoques, desconozco si de manera exitosa o no. Y también para meditar sobre mi vida, mi destino y mi medida. Esto último, fundamental, sobre todo si la comparo con la eslora de cualquiera de los yates que fotografié atracados el pasado año en la costa dálmata, por ejemplo.

Pues bien, sea cual sea el modo en que elijamos pasar este mes de vacaciones, deben saber ustedes que ya mismo estamos en Tosantos. Y que hasta ese mismo día no volveremos a ser molestados por nuestros amados y distinguidos parlamentarios. Porque supongo que no creerán ustedes que esta clase de servidores tenga bastante con un mes de descanso, como si fueran vulgares cotizantes. Así que aprovechen bien el tiempo. Descubran lugares y personas, disfruten de los suyos y de los nuevos y, si salen al extranjero, estudien las posibilidades de vivir y trabajar en cualquiera de esos maravillosos lugares que visiten.

Porque sepan que, a la vuelta, los espera este país basura, podrido de millones de ciudadanos que aguardan, con la boca abierta, que la peor calaña política del hemisferio occidental esparza su hez en regadera. Y todos aplaudiendo.

No creerían que fuera a callarme, ¿verdad?

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